martes, noviembre 11, 2008

... Y la otra.


Ahora que he acabado al fin de revisar la novela que da título a este blog, puedo proseguir con el comentario de esa película, aunque no será tan vívido como lo hubiera sido cuatro días atrás.

Hacia rutas salvajes, mucho más preferible el original Into the wild, está basada en un libro que a su vez se inspira en hechos reales. La verdad es que resulta complejo hablar de esta historia sin mencionar su desenlace, pero lo intentaré. Chris MacCandless (o algo así) era un joven de buena familia y mejores estudios que, en un momento dado, decidió donar veinticuatro mil dólares del ala para beneficencia y salir a recorrer el país con la sola ayuda de algunos libros, entre los que curiosamente no se hallaba ninguno de Kerouac o los beatniks, y una meta obsesiva en la cabeza: llegar a Alaska para vivir cual Cromagnon, eso sí, alfabetizado.

Solo con leer eso habrá quien deduzca que estaba pirado, aunque en realidad se trata de un personaje con matices. ¿Loco, iluminado, consecuente con sus ideas, hippie, Jesucristo? O quizá suicida en potencia, conscientemente o no. Por lo que se supone del relato, en realidad el detonante de tan drástica decisión fue el enfrentamiento con unos padres cabreados entre ellos y acostumbrados al materialismo, que no quieren (o no pueden) comprenderle. De esa manera, no sería tan en plan Jack London, sino la necesidad de huir hacia un lugar en ninguna parte, una especie de descenso a los infiernos que ni siquiera los melenudos de la vieja escuela con los que se topa son capaces de entender.

La figura del protagonista posee un aura de fascinación, no en vano él sostiene el dilatado metraje del filme junto a la aparición de un buen puñado de secundarios. Quizá Sean Penn, que ya tiene buena experiencia como director, podría haberse distanciado más del mismo, y no dejarse llevar por una mirada compasiva que en el tramo final se exagera un poco. A fin de cuentas, es un personaje con claroscuros: egoísta porque poco le importa el sufrimiento que está provocando a unos familiares hacia los que ha negado el perdón; que trata de ayudar a las personas a las que se encuentra en el camino, pero luego las abandona. Como un monje budista, tal vez, rechaza el apego humano y solo busca la compañía de una naturaleza salvaje que no necesariamente está dispuesta a protegerle.

El mejor fragmento, creo yo, es poco antes del final: su encuentro con un anciano, un senex que está ya de vuelta de todo. En el momento de su despedida, pretende adoptar al joven como si fuera el nieto que nunca pudo tener. El momento, de una tristeza desoladora, resume bien el destino final que ha escogido el vagabundo. Por cierto, por ese papel Hal Holbrook estuvo nominado en la misma terna que Bardem (y en un rol que es la antítesis del suyo...)

Y, bueno, no voy a hablar de la majestuosidad de los paisajes en los que transcurre la película, que ya por sí solos recomiendan su visionado. Y, en su compañía, tenemos fragmentos sueltos del propio diario de Chris, citas literarias y canciones de Eddie Veder que jalonan este viaje iniciático. Aunque no sea perfecta, es de lo mejorcito que se pudo ver en la última edición de los Oscar, y una pena que se marchara de vacío. Esto seguro de que, ahora que ya lo tiene como actor, Sean Penn acabará uniéndose al club de gente como Clint Eastwood, Mel Gibson, Robert Redford y demás intérpretes con buen tino para la cámara. Y eso pese a ser un grano en el culo para los académicos más carcas. Tiempo al tiempo...

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