jueves, junio 11, 2009

Quijoteado final.

Aún no tengo tiempo para profundidades, ni debiera tenerlo hasta fin de mes. Esta tarde no voy a poder celebrar que ha llegado el buen tiempo el cuarenta y uno de mayo; bien me hubiera gustado hacerlo con un té moruno a lo Cide Hamete Benengeli, pero debo terminar la interminable historia que este arábigo historiador narró, pasarme la velada con Don Quijote y el Lazarillo, a cada cual más desventurado. Del caballero de La Mancha, localidad de la que cerca estuve este domingo, solo me quedan cinco capítulos y tengo la impresión de que el bueno de Cervantes, ya en sus últimos años de vida, comenzó a aburrirse de su personaje, y con ello a los lectores también mediante la repetición de escenarios, episodios, travestismos y personajes. Pero pronto Don Quijote pasará a mejor vida, la de la Fama, y espero que eso no os sorprenda porque su desenlace creo que es algo tan universal como puede serlo el de sus contemporáneos Romeo y Julieta. Cervantes tuvo que matarlo para que no le salieran más copias bastardas, entonces que no había derechos de autor ni demandas por plagio.
Ayer salió un señor hablando en la Feria del Libro de Madrid, gracias al cual yo estuve haciendo pesas en el Corte Inglés de tanto que me pedían el voluminoso primer libro que escribió. Dijo que un libro tiene que entretener, que al lector no le importa si está bien escrito. Estoy de acuerdo en lo primero. El Quijote, que tuvo un éxito extraordinario, entretiene, hasta cierto punto, y no solo está bien escrito, sino que es considerado con toda justicia una obra de arte.
Ahora bien, lo que sean los parámetros literarios del público de hoy no puedo saberlo, al margen de las modas pasajeras. Me conformaré con que la gente lea, en un país en el que la producción nacional más taquillera se llama Fuga de cerebros. Don Quijote representó el desencanto que inundaba aquella sociedad barroca. Aún estoy esperando a un Quijote moderno que haga lo propio en la nuestra. Y no se ocuparán de ello los Abrasadores, que son héroes en el sentido de clásico de la acepción, aún con toda la carga peculiar de que la puedan ser dotados.

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