domingo, marzo 14, 2010

LOS CERDOS. Entrega 1.

Al igual que hice en el comienzo de este blog con Los Abrasadores, he decidido, de manera experimental y preparándome para lo que vendrá en el futuro, ir colgando esta nueva novela a medida que la voy escribiendo. De este modo, podréis ir leyendo un par de páginas cada poco, aunque en verano podré tener más tiempo para ello. Espero que os guste y que este modo de lectura sea cómodo. No quiero quitar más tiempo para la novela, allá va.

PRÓLOGO.

Los cochinitos ya están en la cama.

Muchos besitos les da su mamá.

Por alguna extraña asociación de ideas, a Jonás Virgil le vino a la mente el comienzo de una vieja tonada infantil, hacía mucho que no la escuchaba. Sería el calor, el calor de esa tarde de julio que inducía al sueño, a un estado al que Jonás aspiraba en aquel momento sin conseguirlo. Los auriculares puestos, la visera calada con gafas de sol… Trataba de anular sus sentidos, sumergirse dentro de sí, ajeno a todas las demás circunstancias de aquel viaje rutinario.

Bajo sus cristales ahumados, que por doscientos euros bien podían repudiar el sol mejor que la cortina del autobús, se imaginó unos ojos enrojecidos. No tenía por qué contener el llanto. Conocía muy bien los momentos, escasos, en los que las lágrimas pugnaban por salir de allí, y por lo general tan solo un par de tímidas gotas se aventuraban en el exterior, para evaporarse casi al instante, más aún dentro de aquel asfixiante estío. Es más, él quería deprimirse a conciencia, por ello buscó en los canales de audio alguna balada, algún tema que le machacara un poco más, bien por su propia naturaleza o bien porque le trajera a la mente algún recuerdo desdichado. Mierda de iPod estropeado. Unos lloros de matiz muy diferente le distrajeron en su tarea. Jonás volteó la cabeza y emitió una mirada asesina e imperceptible a través de sus lentes, al tiempo que hacía un somero listado mental de las ventajas que le proporcionaba el haber escogido ese asiento.

VENTAJAS DEL ASIENTO 20, por Jonás Virgil.

1- La soledad que procura. No tienes al lado a ningún abuelo palizas que se crea con derecho a contarte su vida. No, mi espacio es mío. Y punto.

2- Su estratégica posición. Justo en el medio del autobús. Me es posible escapar antes que las hordas se me echen encima en tropel.

3- Es el paraíso del vago. Casi con estirar el brazo lo tengo todo en mi mano: la prensa, las revistas… Ah, además aquí es donde la azafata se agacha para coger las bebidas. Puedo mirar su culo; dependiendo de la azafata, faltaría más.

4- El aseo también está justo a mi lado. Auque ahora pienso que eso no es una ventaja. A partir de la segunda consumición, esto es un continuo ir y venir de meones. E imaginar alguno de esos panderos empotrados en la minúscula taza es algo que me produce escalofríos…

Pandero, pandero… Eso era lo que interrumpía su recuento mental. Al echar la vista atrás para conocer la fuente de esos lloriqueos, se encontró con un no menos venerable pandero embutido en unos vaqueros. No es la función del vaquero el lucir un gran pandero. Se sorprendió elucubrando en verso, lo cual le recordó a su amigo Alonso Polión y por ello desechó la imagen con rabia. La mujer así embutida era una madre de origen hindú, como denotaban otras prendas de su indumentaria no tan occidentales, que trataba de calmar al origen del llanto, un chaval de pocos años, posiblemente su hijo o quizá su sobrino, no lo tenía claro ya que formaban parte de un grupo de unas siete u ocho personas, entre niños y mujeres de diversas edades. La madre estaba de pie, y cada poco bajaba al lavabo para llenar una botellita de plástico con la que aliviar la deshidratación del chico, en el caso de que fuera esa la causa de su llorera.

Cuando Jonás vio a esa tropa subir al autobús, su prejuicio saltó de forma inmediata. No era momento de ser comprensivo, ni siquiera con él mismo. En período vacacional era normal que hubiera familias viajando, nacionales o foráneas, pero sus conflictos estaban violando su recogimiento incluso a través de los auriculares, por lo cual su mirada estaba preñada de asco. No podía comprender, no quería comprender. ¿Acaso iba a pensar en aquel momento si alguna vez tendría hijos? Se había embarcado en un viaje hacia ninguna parte, en el que ni siquiera era consciente de qué iba a hacer en su primer día, estaba tan ajeno a cualquier expectativa de futuro que lo único que le importaba entonces era el trayecto de clase superior.

Sí, superior. Jonás ya no frecuentaba los autobuses de la plebe y creía que su actual medio de transporte resultaba prohibitivo para familias numerosas. Se preguntó dónde estarían los varones del clan, y a qué clase de oscuros negocios se dedicarían para permitirse esos lujos. No se planteó el que quizá pudieran haberse aprovechado de los descuentos de la compañía, tal y como él mismo había hecho. Otro par de niños se había puesto en pie, con su natural inquietud. La azafata vino por el pasillo. En esa ocasión Jonás pudo cumplir la tercera ventaja de su asiento, comprobando que las cuatro nalgas a la vista se compensaban entre sí. La azafata se dirigió a la madre de forma dulce y, también en cierto modo, maternal.


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