AMOR EN EL NUEVO MILENIO
El joven había tomado asiento junto a ella, tan cerca que rozaba su vestido con la pernera del pantalón. Desde el momento en el que él entró en la cafetería, la chica no había variado un ápice su posición. Sola, frente a una mesa atiborrada de cervezas vacías, platos y una botella de vino con su copa, que se llevaba a los labios cada cierto tiempo. Con expresión abstraída, observaba de continuo su propia figura en el espejo de la pared de enfrente. Él, mientras tanto, iba fumando un cigarro tras otro con nerviosismo, hasta que finalmente se decidió a abordarla.
- ¡Hola!- exclamó, con una jovial sonrisa- ¿Te importa si te molesto?
Ella tardó varios segundos en reaccionar, tras los cuales despegó sus labios sin girar la cabeza.
- ¿Te llamas Alberto?- replicó, su voz sonaba fría pero al mismo tiempo iba arrastrando las palabras, como si estuviera borracha, era evidente que un poco sí lo estaba.
- No, me llamo Juan.
- Entonces, piérdete- le espetó, con la misma actitud.
- ¡No, no, espera!- reaccionó Juan- Juan es mi verdadero nombre. Alberto, el seudónimo que utilizo para… ya sabes… este tipo de citas.
Como ella no le estaba mirando a los ojos, era difícil para él adivinar si podría colar su embuste, sin embargo finalmente volvió la vista hacia él, casi hubiera preferido que no, porque sus pupilas enrojecidas por el alcohol cortaban como el acero.
- ¿Y entonces cómo tienes la cara de hablarme? Llevo dos horas aquí esperando, ¿entiendes? Y tú, aunque creas que no te he visto, llevas media ahí a mi lado como un pasmarote sin decir nada.
- Es que, verás…- se excusó Juan, mientras se ruborizaba- Me tengo que asegurar. Me cuesta dar el primer paso, porque imagínate que igual me fijé mal en tu foto o algo, y le pregunto a otra, se cree que intento ligar, y me llevo un chasco. Pero ahora estoy seguro. De hecho, ya te iba a invitar a tomar algo, pero te me has adelantado, ¿eh? ¿Te has bebido tú todo eso?
- Sí- afirmó ella sin ningún reparo, mientras miraba de soslayo los restos que se habían acumulado en la mesa- Empecé por una cerveza, pero luego no venía nadie, y seguí, seguí… De puro aburrimiento.
- Y, bueno, no soy el más apropiado para preguntar esto pero… ¿Por qué no te fuiste?
- ¡Y una mierda!- replicó, rotunda- Esta es mi cafetería favorita, aquí me siento tranquila sola, me puedo quedar el tiempo que sea… No te estaba esperando, si es eso lo que te interesa. Además, no te pareces en nada al de la foto, ¿sabes?
- ¡Claro!- saltó Juan, que se sentía como funambulista en la cuerda floja- No es mi foto de verdad, ¿sabes? Me la bajé de Internet.
Más que de fraude, la sensación de ella era de extrañeza.
- Pues eso ya es más que una trola. Es un delito. Usurpación de personalidad. Además, eso es una chorrada. Aunque ahora no veo muy bien, hasta creo que tú eres más guapo que el de la foto. ¿Para qué ibas a hacer eso?
Juan volvió a recuperar un poco la confianza, sonriendo ante el halago. En efecto, se había puesto camisa blanca, americana, todo muy acorde con aquella cafetería con cierto aroma retro.
- Es que… ¡Esta ciudad es tan pequeña! No quiero que cualquiera pueda verme el jeto ahí colgado, al alcance de todos. Igual una profesora de la universidad, alguna de esas viejas solteronas, entra y luego vaya palo, no podría ni atender en clase. Esto no está todavía muy bien visto. La gente cree que todos los que buscan algo por ahí son unos desesperados, o gente así… Son idiotas, ellos todavía no lo han probado. Alguna vez, al menos, funciona, ¿no crees?
- Sí… Excepto cuando la cita no se presenta.
- ¡Oh, vamos, no te pongas así, Regina…!
- Mi nombre es Petra- le cortó ella, tajante.
- ¡Claro!- exclamó él, dándose una palmadita en la frente- Petra, Regina… ¿No te acabo de decir que esto del chateo funciona mejor de lo que yo creía? Tengo todos los nombres en una agenda, y a veces me equivoco. Mira, Petra, pues para otro día solo tienes que llamarme al móvil…
- Te llamé- volvió a interrumpirle Petra- Varias veces, y nadie contestó. ¡Bueno, espera! Déjame adivinar. Tampoco era tu verdadero móvil.
- ¡Desde luego que no!- Juan fingió escandalizarse- ¿Le darías tú el móvil al primero que pasa? Bueno, no lo digo por ti, desde luego, lo digo en general. Igual es que he visto demasiadas películas, y sueño que alguna psicópata me acosa y tal. Pero bueno, ya está bien de hablar de mí, ¿no? Yo también quiero conocerte. Lo que importa es que ahora estamos los dos aquí, y, para celebrarlo… ¿Qué te parece otra copita de vino?- dijo, mientras escanciaba una generosa cantidad en su copa.
Como ella no dio ningún tipo de respuesta, él mismo tuvo que sujetarle el vaso en la mano, para así coger su propia jarra de cerveza.
- Por este feliz, aunque tardío, encuentro- dijo Juan, entrechocando su jarra con la copa de ella, y también acercando mucho más su rostro al suyo- Chin, chin.
- Chin, chin- repitió Petra, de manera mecánica, antes de arrojar el contenido de su copa al rostro de Juan- Yo no he quedado aquí con nadie, cabrón mentiroso. Sola vine, y sola espero terminarme esta botella, así que si no te importa…
El joven había tomado asiento junto a ella, tan cerca que rozaba su vestido con la pernera del pantalón. Desde el momento en el que él entró en la cafetería, la chica no había variado un ápice su posición. Sola, frente a una mesa atiborrada de cervezas vacías, platos y una botella de vino con su copa, que se llevaba a los labios cada cierto tiempo. Con expresión abstraída, observaba de continuo su propia figura en el espejo de la pared de enfrente. Él, mientras tanto, iba fumando un cigarro tras otro con nerviosismo, hasta que finalmente se decidió a abordarla.
- ¡Hola!- exclamó, con una jovial sonrisa- ¿Te importa si te molesto?
Ella tardó varios segundos en reaccionar, tras los cuales despegó sus labios sin girar la cabeza.
- ¿Te llamas Alberto?- replicó, su voz sonaba fría pero al mismo tiempo iba arrastrando las palabras, como si estuviera borracha, era evidente que un poco sí lo estaba.
- No, me llamo Juan.
- Entonces, piérdete- le espetó, con la misma actitud.
- ¡No, no, espera!- reaccionó Juan- Juan es mi verdadero nombre. Alberto, el seudónimo que utilizo para… ya sabes… este tipo de citas.
Como ella no le estaba mirando a los ojos, era difícil para él adivinar si podría colar su embuste, sin embargo finalmente volvió la vista hacia él, casi hubiera preferido que no, porque sus pupilas enrojecidas por el alcohol cortaban como el acero.
- ¿Y entonces cómo tienes la cara de hablarme? Llevo dos horas aquí esperando, ¿entiendes? Y tú, aunque creas que no te he visto, llevas media ahí a mi lado como un pasmarote sin decir nada.
- Es que, verás…- se excusó Juan, mientras se ruborizaba- Me tengo que asegurar. Me cuesta dar el primer paso, porque imagínate que igual me fijé mal en tu foto o algo, y le pregunto a otra, se cree que intento ligar, y me llevo un chasco. Pero ahora estoy seguro. De hecho, ya te iba a invitar a tomar algo, pero te me has adelantado, ¿eh? ¿Te has bebido tú todo eso?
- Sí- afirmó ella sin ningún reparo, mientras miraba de soslayo los restos que se habían acumulado en la mesa- Empecé por una cerveza, pero luego no venía nadie, y seguí, seguí… De puro aburrimiento.
- Y, bueno, no soy el más apropiado para preguntar esto pero… ¿Por qué no te fuiste?
- ¡Y una mierda!- replicó, rotunda- Esta es mi cafetería favorita, aquí me siento tranquila sola, me puedo quedar el tiempo que sea… No te estaba esperando, si es eso lo que te interesa. Además, no te pareces en nada al de la foto, ¿sabes?
- ¡Claro!- saltó Juan, que se sentía como funambulista en la cuerda floja- No es mi foto de verdad, ¿sabes? Me la bajé de Internet.
Más que de fraude, la sensación de ella era de extrañeza.
- Pues eso ya es más que una trola. Es un delito. Usurpación de personalidad. Además, eso es una chorrada. Aunque ahora no veo muy bien, hasta creo que tú eres más guapo que el de la foto. ¿Para qué ibas a hacer eso?
Juan volvió a recuperar un poco la confianza, sonriendo ante el halago. En efecto, se había puesto camisa blanca, americana, todo muy acorde con aquella cafetería con cierto aroma retro.
- Es que… ¡Esta ciudad es tan pequeña! No quiero que cualquiera pueda verme el jeto ahí colgado, al alcance de todos. Igual una profesora de la universidad, alguna de esas viejas solteronas, entra y luego vaya palo, no podría ni atender en clase. Esto no está todavía muy bien visto. La gente cree que todos los que buscan algo por ahí son unos desesperados, o gente así… Son idiotas, ellos todavía no lo han probado. Alguna vez, al menos, funciona, ¿no crees?
- Sí… Excepto cuando la cita no se presenta.
- ¡Oh, vamos, no te pongas así, Regina…!
- Mi nombre es Petra- le cortó ella, tajante.
- ¡Claro!- exclamó él, dándose una palmadita en la frente- Petra, Regina… ¿No te acabo de decir que esto del chateo funciona mejor de lo que yo creía? Tengo todos los nombres en una agenda, y a veces me equivoco. Mira, Petra, pues para otro día solo tienes que llamarme al móvil…
- Te llamé- volvió a interrumpirle Petra- Varias veces, y nadie contestó. ¡Bueno, espera! Déjame adivinar. Tampoco era tu verdadero móvil.
- ¡Desde luego que no!- Juan fingió escandalizarse- ¿Le darías tú el móvil al primero que pasa? Bueno, no lo digo por ti, desde luego, lo digo en general. Igual es que he visto demasiadas películas, y sueño que alguna psicópata me acosa y tal. Pero bueno, ya está bien de hablar de mí, ¿no? Yo también quiero conocerte. Lo que importa es que ahora estamos los dos aquí, y, para celebrarlo… ¿Qué te parece otra copita de vino?- dijo, mientras escanciaba una generosa cantidad en su copa.
Como ella no dio ningún tipo de respuesta, él mismo tuvo que sujetarle el vaso en la mano, para así coger su propia jarra de cerveza.
- Por este feliz, aunque tardío, encuentro- dijo Juan, entrechocando su jarra con la copa de ella, y también acercando mucho más su rostro al suyo- Chin, chin.
- Chin, chin- repitió Petra, de manera mecánica, antes de arrojar el contenido de su copa al rostro de Juan- Yo no he quedado aquí con nadie, cabrón mentiroso. Sola vine, y sola espero terminarme esta botella, así que si no te importa…
1 comentario:
simpre interesante, Tis
paco
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