miércoles, julio 28, 2010

LOS CERDOS. Entrega 11.

IV

La siguiente clase práctica, para alivio de Jonás, no giró alrededor de los filetes debido al cambio de animal. En esa ocasión iban a aprender a trocear conejos. Jonás, dada la amplitud semántica del término, pensó sobre si Ariadna lo aprovecharía para sus bromas procaces o estaría de un humor más apagado debido a la discusión espiada por él. Sea cual fuere la relación que la unía con ese hombre, lo cierto es que Ari se mostró como al principio, Jonás procuró calarse un poco más la gorra por si acaso ella pudiera reconocer su rostro, aunque no recordaba que se hubiesen cruzado por la vivienda.

No era una operación delicada, por ello Jonás podía asegurarse cierto éxito. Antes bien era un proceso un tanto brutal. Los cuerpos de los conejos, alargados y desnudos, los ojos inertes, eran colocados sobre la tabla de cortar y, tras su decapitación, en cuatro o cinco limpios tajos más eran troceados de cara a una futura paella, guisado o lo que los alumnos consideraran conveniente. Jonás observó la escena primero cuando el monitor practicó el ejemplo, después con otros compañeros, le producía algo de repugnancia si bien mezclada con fascinación, puesto que no separaba la vista del procedimiento, más allá de la necesidad de aprender.

Cuando le tocó el turno, Jonás se puso frente al conejo como si fuera a ejecutar su condena a muerte, pese a que esta le había llegado al pobre animal mucho antes. Con precisión de verdugo, primero cortó la cabeza de un golpe certero, elegante, y con pocos más completó su tarea.

- ¡Vaya!- comentó el monitor- Lo has hecho muy bien. ¿Has estado practicando en casa?

Jonás prefirió mentir.

- Qué va… Solo que esto es más fácil que lo de los filetes.

Su franqueza provocó la risa del monitor.

- ¡Bueno, no se si será más fácil, pero lo has clavado a la primera! Si sacas esa garra con todo, seguro que de aquí a poco te nos haces un experto.

Si tú supieras de dónde saco la garra…, pensó Jonás puesto que, en efecto, la mecánica del corte le había permitido liberarse de buena parte de su tensión acumulada. Para algo más le iba a servir ese curso, pese a todo.

Cuando los alumnos salieron del aula al supermercado, cargando con sus bolsas repletas de carne, Jonás temió un momento al que en otras circunstancias no habría dado mayor relieve. Había escuchado murmullos sobre confraternizar un poco en la cafetería del centro. Pese a que no se hallaba en una fase muy expansiva de su existencia, a él no le hubiera importado tomar algo con sus compañeros, fingiendo una cierta integración en el grupo, pero eso podría suponer que a la hora de marchar Ari descubriera su condición de vecino. Y la conocería, desde luego, pero Jonás no quería que fuese tan pronto. Hasta entonces no le había reconocido como tal, de eso estaba seguro.

En efecto, la colombiana se acercó hacia su posición, ostentando su perenne sonrisa. Jonás le devolvió otra, mientras se devanaba los sesos para idear alguna excusa creíble.

- ¡Hola Jonás! ¿Te vienes a tomar una cervecita con la gente?

Una servesita, a decir de Ari, le hubiera venido muy bien en ese momento, pero Jonás negó con la cabeza, mostrando una sonrisa más amplia que la anterior.

- Me temo que no puedo, tengo que llegar pronto a casa.

- ¿Vives muy lejos?

Jonás estuvo cerca de enrojecer, viendo lo mal que le había salido la estrategia.

- Eh… No mucho. Es que tengo, en fin, esto…

- ¿Una cita?

Jonás asintió, sin que le importara ser víctima de la picardía de la mujer.

- ¿Tienes que seguir practicando con el conejo?- exclamó esta, sacando la lengua en un gesto chistoso que Jonás ya había visto en un par de ocasiones.

El joven prefirió seguirle el juego en la conversación, mejor que esta fuese por esos derroteros antes que regresara al lugar de residencia de Jonás. Podría quedar de aburrido, pero al menos así no quedaría de puritano.

- Sí. Voy a degustar este conejo, aunque no se por qué manos habrá pasado…

Ari emitió una carcajada.

- ¿Y cómo te gusta? En mi tierra lo hacemos picantón…

- Mejor el sabor natural, creo.

Ari, el alma de la fiesta, fue llamada por el resto de compañeros que se dirigían a la cafetería, por lo que tuvo que despedirse.

- Bueno, mi amol, que lo disfrutes… a mi salud. ¡Ja, ja!

Se fue guiñando el ojo al joven, quien se apresuró a salir al exterior. Quizá Ari fuera así con todo el mundo (al menos con todos los hombres), pero Jonás había notado una actitud inquietante en ella, sobre todo de cara a cuando supiera que eran vecinos. No quiso amilanarse por ello y regresó a su casa dispuesto a seguir construyendo su lugar de trabajo. Pensó que, cuando pudiera dedicarse a aquello a lo que más estaba acostumbrado, quizá los viejos pensamientos se esfumarían o al menos sería más inmune a ellos.

La mesa dedicada a sus investigaciones estaba casi completa, en algún lugar de su equipaje descubrió un bulto envuelto por numerosos periódicos y trapos viejos. No era un elemento de trabajo sino de decoración, en realidad mucho más que eso. Jonás había meditado largo tiempo sobre si era conveniente llevarlo, no por el objeto en sí, sino porque este contenía parte del alma de su creadora, parte de sus sentimientos plasmados en ese cuadro que iba a avivar una vez más sus recuerdos. No obstante, él necesitaba abrirlo y que permaneciera a la vista, presidiendo ese santuario, quizá pecara un poco de masoquismo pero en todo caso él estaba seguro de que, aunque lo hubiera podido arrojar al fuego de la chimenea en el caso de que esta existiese, su fantasma no era tan fácilmente destructible, mejor enfrentarse a él cara a cara.

Por ello desenvolvió el cuadro, que hasta cierto punto no tenía nada de peculiar: representaba a un grupo de figuras humanas paseando por la calle. ¿Humanas? En eso residía la nota discordante. Por esta raza se las hubiera reconocido hasta el cuello, pero su cabeza, en todos los casos, era la de un cerdo. Jonás no podía contemplar aquella obra con la perspectiva de un espectador, digámoslo así, virgen. Él había conocido, en un breve pero intenso período temporal, a su autora, por lo que las claves de aquellas extrañas criaturas mutantes le habían sido reveladas. Colocó aquel cuadro en un lugar central dentro de su laboratorio, a sabiendas de que sería imposible no remontarse a aquella noche en la que lo había contemplado por primera vez.

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