viernes, julio 30, 2010

LOS CERDOS. Entrega 12.

Al y Jonás habían llegado a una pequeña pero acogedora galería de arte en cuya entrada se anunciaba la exposición de una tal Penélope Palacios, cuyo escueto título era Los cerdos. No tardarían en averiguar por qué.

- Es una suerte que hayas venido- comentó Jonás, echando un vistazo al interior- No conozco a nadie aquí.

- Excepto a la vedette principal, ¿te parece poco? Curiosa fauna hay aquí. Curiosa pero variada, no veo predominio de tribu alguna.

El público era heterogéneo, como señaló Al, desde grupos de jóvenes hasta otros más maduros, y su número era considerable en proporción al tamaño de la sala y a la figura de la artista debutante. Los dos amigos comenzaron a hacer una ronda entre los diversos cuadros, también alguna escultura, y en todas las obras el leit-motiv era exactamente el mismo, el que aparecía en el cuadro de Jonás: figuras humanas convertidas en cerdos pero solo en el rostro, toda clase de personas en situaciones de lo más variopintas. Contemplaron, estupefactos al principio, toda esta serie hasta que fue Al quien quiso hacer la primera valoración, a su manera.

- ¡Vaya! Penélope Palacios… ¿Penélope? ¡Una Circe más bien! ¡Qué obsesión con convertir en puercos a la gente! ¿Crees que esa visión porcina que tiene del género humano estará motivada por el asco que siente ante esta sociedad, ante este cenagal hundido en la hipocresía donde solo los marranos pueden chapotear y vivir felices?

Jonás se encogió de hombros.

- No se… Ahí está ella, le podrás preguntar en persona.

Penélope se acercó hasta la posición de Jonás con una alegre sonrisa de sorpresa, es probable que no hubiese esperado la presencia de su antiguo compañero. Le saludó, y luego este le presentó a Al.

- Le he traído- señaló Jonás- porque considero que tiene bastante más sensibilidad artística, y creativa, que yo. Si nos vas a preguntar qué nos parece tu obra empieza por él, estaba haciendo ahora unos comentarios la mar de interesantes.

Al no supo en aquel momento si su amigo estaba comenzando una labor de celestinaje entre Penélope y él, en todo caso se quedó un poco cohibido

- Bueno…- comenzó, a medio gas- Te acabo de conocer, Penélope, y por tanto puedo juzgar tu obra de manera, digamos, objetiva, sin embargo me cuesta… Noto que esos cuadros quieren interpelarme, que son conscientes de la situación de profunda crisis en la que me encuentro y quieren solidarizarse conmigo, que comparta mi rabia con la suya. En ocasiones soy incapaz de mirar a mi alrededor y ver a mis congéneres como otra cosa que un inmenso bloque de ganado compacto, sin personalidad, sin nada que los diferencie.

- Has dado con la clave- le interrumpió Penélope, con la mirada brillante.

Esto empieza mejor de lo que pensaba, reflexionó Jonás.

- ¿Puedo aventurar- dijo Al- que, lo digo al menos desde mi experiencia, esas obras fueron paridas en parte por el sufrimiento?

- Un sufrimiento atroz- confirmó Penélope- Pero al final mereció la pena… Jonás, nunca te dije la razón de que abandonara la carrera. Ahora os puedo hablar a los dos de algunos años oscuros. Ya no me afectan, ahora soy una persona nueva, así que no me importa que vengan a enturbiar esta presentación…

- No es necesario si no lo deseas- dijo Jonás- Muchas personas dejan la carrera, y el motivo no es siempre la inutilidad… Por lo que yo recuerdo tú eras buena, desde luego.

- Gracias, Jonás, pero a ti no había quien te alcanzara… ¡Ja, ja! En realidad mi historia está ya muy vista, es el eterno conflicto entre la vocación y aquello que te puede dar de comer. Yo no quería hacer Química, pero me presionaron. Decían, ya os imagináis, que sería capaz de compaginar mi creatividad con un empleo seguro. Yo nunca lo tuve tan claro… Mi aspiración artística crecía cada vez más dentro de mí, y no encontraba manera de darle salida. Quizá sea mi carácter, que me impide concentrarme en dos actividades al mismo tiempo, al menos con la misma energía. Nunca quise ser como tú, Jonás, pero tampoco quería ser mediocre. Absorbida por una carrera que no me agradaba, guardaba dentro de mí demonios que no podía plasmar dentro mis obras. Y, claro, al final esos demonios me poseyeron.

- No me digas más. Intentaste suicidarte.

- ¡Al!

- No te preocupes, Jonás, tu amigo ha dado en el clavo. Sí, tuve una crisis, de las gordas. Lo primero que cayó fue la carrera, con la consiguiente decepción familiar. Luego caí yo misma, un par de veces. Dos intentos de suicidio.

- ¡Te gano, Penélope!- exclamó Al, con alborozo infantil- Yo tres. Bueno, quizá dos y medio.

Jonás los contempló como si se hallara en compañía de una pareja de pirados. Era él quien parecía haber dado en el clavo a la hora de juntarlos, sin embargo tenía sus dudas sobre que algo bueno pudiera salir de la suma de cinco, o cuatro y medio, intentos de suicidio.

- Por suerte- prosiguió ella- no era tanto que detestara mi vida como que necesitaba una catarsis, un cambio de rumbo. Creo que entonces me comprendieron: mis médicos, la gente que de verdad me apreciaba… Lo que pasa es que en aquella época yo no era muy capaz de transmitir amor. Estaba atravesando una fase de misantropía tan intensa que ahí estuvo el germen de esta exposición. Era incapaz de percibir la sociedad sin esa máscara porcina…

Lo sorprendente para Jonás es que ella estaba contando esas historias de suicidio y enfermedad con una tranquilizadora sonrisa en los labios, como si el relato de aquellos momentos oscuros en su vida no fuera más que una anecdotilla a la que sacar punta entre tres personas que aún no se conocen demasiado. No obstante, Penélope se dispuso luego a narrarles la parte positiva de la historia.

- Nunca tuve muchas esperanzas en mi recuperación, sin embargo en eso sí que he tenido suerte o de lo contrario no estaría aquí con vosotros. Tras la crisis, comencé a recuperar mi autoestima pero, como es lógico, aún tenía bastante vigilancia sobre mí, al final logré que, mientras pasaba mi convalecencia, pudiera matricularme a distancia de Historia del Arte, una carrera mucho más en consonancia con lo que buscaba.

- Me perdonarás que te interrumpa de nuevo, Penélope, - dijo Al- pero confieso que en eso he tenido mucha más suerte de lo que yo pensaba, porque siempre he estado en la carrera que he querido. Cuentan de un sabio que un día…

- El caso- prosiguió ella- es que al ser a distancia es más complicado, pero no tengo prisa por acabarla. Ahora sí compatibilizo la carrera con mi vocación artística. Luego encontré un empleo a tiempo parcial en un museo de la ciudad y a partir de ahí crecieron mis contactos y mis expectativas en general. Incluso he conseguido, aunque sigo viviendo con mis padres, alquilar un estudio, una vieja aspiración que nunca pensé que se cumpliría.

Jonás se preguntó si con esto último ella se estaría insinuando de algún modo, pero no vio señal alguna de ello, quizá su fantasía se hubiese desbocado por momentos.

- Bueno, - dijo, mientras esa reflexión se evaporaba de su mente- así que pese a todo la historia acaba con final feliz.

- Y estos cuadros- apostilló Al- son los hijos bastardos de la misma. ¡Buena sea la bastardía mientras de semejantes frutos!

- Y dime, Jonás, - inquirió ella- ¿qué te parece a ti la exposición? Porque, por mucho que digas, estoy segura de que existe bastante sensibilidad debajo de esa bata de científico.

Él trató de mantener la compostura porque, en efecto, creyó ver en la mirada de Penélope cómo hurgaba, de modo figurado, debajo de su bata, como si quisiera desnudarle. Notó esa sensación, no pensando que proviniera de un ataque de lubricidad que hubiese surgido en su cuerpo de forma espontánea.

- Bueno, confieso que el tema no me parece muy agradable… Me inquieta, pero no veo que eso tenga que ser algo negativo. En lo grotesco también puede existir la belleza.

- ¡Esa frase es mía!- protestó Al.

- Lo se, querido Al… No es la primera vez que te robo una, pero por eso te traje, ¿no? Je, je. Lo cierto es que la comparto.

- ¿Y hay algún cuadro que te haya gustado de una manera especial?

Jonás carraspeó. Sentía una gran necesidad de complacer a aquella antigua compañera de clase, suicida reincidente, pero no quería hacerlo al precio de quedar en ridículo. No quería escoger el cuadro que más cerca tuviese. Hizo un breve recorrido por el área en la que se encontraban, forzando su gesto de concentración, hasta que señaló uno, el que acabaría poseyendo. Penélope asintió, complacida.

- Me sorprendes, Jonás. Pensé que te verías obligado a elegir el primero que vieras, pero ese es uno de mis favoritos.

Jonás trató de sofocar su gesto de incredulidad. A su amigo le pasó lo mismo.

- Estoy dispuesta a regalártelo.

- ¡Oh, no!- replicó Jonás- No me interpretes mal, no es que lo rechace… Pero eres demasiado generosa, creo yo, seguro que este cuadro algún día valdrá un pastón.

- ¡Pelota!- le espetó Al, quizá molesto porque él por entonces estaba sin obsequio- No le hagas caso, Penélope, eso mismo dice de mis poemas.

- Tú también tendrás cuadro, Al. Pero, eso sí, no os los voy a regalar. Quiero una pequeña contrapartida a cambio.

- ¿Cuál?- preguntó Jonás, temiendo lo peor.

- Quiero que poséis para mí.

Las expectativas de Jonás no quedaron defraudadas, pero al principio se lo tomó a broma.

- No me importa desnudarme, pero paso de estar metiendo tripa todo el rato.

- ¿Qué tripa? De todos modos no soy especialista en desnudos. Casi mejor vestidos…

- ¿Nos vas a pintar con caras de puercos?

Penélope emitió una carcajada.

- Mi obra, como todas, evoluciona. No es siempre lo mismo…

- Por mí cojonudo- afirmó Al- No solo voy a tener un original de Penélope Palacios en mis manos, sino que además seré inmortalizado en otro. ¡Hoy debe de ser mi día de suerte!

Jonás observó a sus compañeros, y una vez más se sintió fuera de su juego. No obstante, estaba deseando aceptar la invitación de Penélope. Algo inconcreto, una fuerza que irradiaba de ella, le decía que no iba a arrepentirse en ese caso. No al menos por el momento…

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