lunes, marzo 02, 2009

Dop.


No puedo hacer un análisis pormenorizado de este, por otra parte, corto viaje; aunque me hubiera olvidado, aún tengo una carrera, a la que hoy me excusé de asistir. Así que lo iré intentando en pequeñas dosis.
Nos remontaremos pues a unas horas antes de mi partida. Ante la perspectiva de una noche insomne me hallaba viendo un filme soporífero, High School Musical 3: una especie de Utopía adolescente que al final termina como una melódica invitación a cortarse las venas. ¡Glups! Como sea que su director es coreógrafo, y la mayoría en ese oficio suelen ser gays, me entretuve en deducir algunos guiños en ese palo, en especial todo lo que tiene que ver con el personaje de Lucas Gabreel, no en vano uno de los integrantes de la troupe de Harvey Milk.
Salimos a las 2.30, con un conductor gañán en la misma línea del Manolo de El diez por ciento, y hasta las 10:30 no salió al avión hasta Estocolmo. Amenizamos la espera con la Fotogramas, entre otras cosas. Puede que en su día Iberia fuese una compañía con mucho prestigio, yo solo puedo suponer que, en su afán por reducir costes, convirtió la aeronave en una lata de sardinas o quizá una sauna sueca, sin música, casi sin aire acondicionado y, desde luego, sin consumiciones. Y no es que fuera un vuelo de transbordo, que eran casi cuatro horas.
Sobre las 14:30 llegamos al aeropuerto de Arlanda, donde esperamos a Pedro en la primera cafetería. Luego taxi a la capital, que está a unos 40 km., y parada en el albergue. Pese a ser un albergue, y no un hotel, estuvimos muy bien allí. Además (y esto es algo importante) este factor incluía un montón de gente joven, rubia, alta, de ojos azules y por lo general guapa; que además, ejem, debían de compartir baño. No en nuestro caso, que disponíamos de nuestro propio aseo. ¡Por Libia, debía de ser la fucking suite del albergue! Pero bueno, ese día no nos dio tiempo a más que a ir a casa de Pedro y Lisa, a unos diez minutos andando, a verles a ellos y a Marcelo, quien al principio se extrañó mucho de esa visita hispana cogiendo un berrinche. Por cierto, horario europeo: cenamos pronto, unas delicias de pollo con arroz muy buenas, y nos acostamos pronto también, molidos tras la noche en vela.
Al día siguiente tomamos el desayuno, admirando de nuevo la pasarela invernal suecos-suecas, y luego a hacer turismo ya en sí. Primero el Ayuntamiento. Por cierto, no se si huelga decirlo, pero la mayor parte de Estocolmo estaba nevado, y los lagos congelados. De vez en cuando salió el sol, pero un poco para engañar. En el Ayuntamiento se da el almuerzo a los premios Nobel, esos escritores a los que suelo leer poco y a veces desconozco que existan. Cruzamos el puente y nos metimos a redesayunar en La fábrica del chocolate, aunque yo tomé té. Vimos el barrio viejo, algún gran almacén, la zona comercial, el cogollito en sí. No hubo mucho tiempo para el consumismo, pero a mí me gustó el gorro ruso de Pedro y quise llevarme uno de recuerdo. Así fue, cogimos uno de algo menos de 400 coronas (40 euros), rebajado a la mitad, que no fue un mero souvenir sino una herramienta muy útil para luchar contra la nieve y el frío tanto el viernes como el sábado.
Luego cogimos el bus hasta el restaurante donde habíamos quedado con Lisa, Gerd y el tío de Lisa, cuyo nombre temo haber olvidado. Ese sitio se fundó en 1731, lo cual deja en pañales a Casa Benito. Vegetarianos abstenerse, tomamos un filete de reno, sí, de esos bichos de Papá Noel que al día siguiente vería en Skansen. Conste que los tienen domesticados en granjas, no van por ahí volando delante de un trineo. Era como carne picada, y me supo muy bien. Luego fuimos a ayudar a Lisa a llevar a Marcelo a casa, que tienen el ascensor escacharrado y hay que subir la sillita a pulso. Por la tarde intentamos llegar al museo Vasa, uno de los dos más importantes de Estocolmo, pero, ay de estos horarios invernales, ya había cerrado. Al menos tomamos el barco para el regreso, dejando que el gélido aire nos curtiera la cara. Atravesamos de nuevo la zona comercial, con parada en una librería, qué menos. La semana pasada se estrenó en Suecia la adaptación al cine de Los hombres que no amaban a las mujeres, primera entrega de una trilogía que ha sido todo un pelotazo, incluyendo Pozuelo. Yo no la he leído, pero espero hacerlo pronto. No compré nada de todos modos, que aún conservo caudal de la Cuesta Moyano.
Pedro nos llevó a cenar a un restaurante por la zona en la que vivía él antes, el Pelícano (nombre españolizado, desde luego) Aún a riesgo de sonar ridículo, trataré de transcribir el nombre del plato que tomé: Pitt y panna, ¿podría ser así? Supongo... Una mezcla de cuadraditos de patata con trozos de bacon, pollo, etc. Todo ello coronado por un señor huevo frito.
Bueno, me falta el día grande, el del dop (bautizo) y la mañana en Skansen, un lugar que me ha parecido mágico y lo pongo en el mismo nivel que otros de diversos países que me han marcado de forma especial. Ahora, a sanear la casa y la clase.

No hay comentarios: