martes, julio 05, 2011

LOS CERDOS. Entrega 33.

(Nota del autor- Las últimas entregas de la novela datan de marzo de este mismo año).


Traspasado el umbral de la medianoche, la joven pareja de vecinos de Jonás se encontraba aplastada sobre el sofá, en la posición que encontraban más cómoda si bien era variable; ora ella encima de él, ora viceversa, y siempre pendientes de todos aquellos accesorios con los que disfrutar de la velada: el mando a distancia, latas de cerveza de la marca económica, un cenicero lleno de colillas que el maromo había sustituido por un porro que estaba liando, de forma casi automática y sin escatimar ojos y oídos hacia las trifulcas y los berreos que salían de la televisión.

Se trataba de un programa noctámbulo, destinado a poner un poco de chicha en la menguada parrilla televisiva del verano. Lo mismo podría haber sido una pitonisa con su bola de cristal, la pareja se hallaba sumida en un plácido estado de modorra, antesala del sueño, y todo aquel ruido, que se escapaba por la ventana hacia el pesado aire del patio, les sonaba a una canción de cuna que pronto les llevaría a utilizar la cama, posiblemente para dormir. Él, al tiempo que ultimaba su canuto, no comprendía muy bien qué querían sacar en claro los participantes en la algarabía de la pequeña pantalla. Por todo comentario, exhaló un grave eructo provocado por la cerveza. Su novia ni se inmutó, pero en ese momento sintió ganas de echarse ella misma un trago, cosa que hizo. Miró con expresión golosa cómo su pareja se disponía a encender el petardo. Él echó una calada profunda, y se lo pasó sin ni siquiera mirarla. En situaciones como aquella, la falta de comunicación no denotaba hostilidad alguna, era un estado rutinario que rara vez se rompía. Solo pretendían relajarse, mecidos entre las mamarrachadas provenientes del televisor, sin embargo la choni notó cómo su novio se ponía tenso. Cual si hiciera un gran esfuerzo, le pasó la palma de la mano sobre el sudor de su pecho desnudo, sin mirarle tampoco. Sintió que los pectorales se endurecían, reafirmándose en una marca de orgullo herido.

- Vamos, cariño- murmuró ella al fin- Suelta lo que sea. Por lo general los porros te relajan.

- El gorila ese no ha vuelto a aparecer- replicó él, con aspereza- Ya sabes, el novio de la gorda de aquí abajo. Novio cornudo, supongo, porque esa tiene pinta de estar más abierta que una estación de metro.

- ¡Bah!- gruñó ella, y remarcó su desprecio con un eructo- ¿Y ese es el problema? No se tú, yo no voy a echarle de menos.

- No es eso, cari… Se ha corrido la voz de que ha sido el vecino nuevo ese quien le ha hecho poner pies en polvorosa. No sin que antes, eso sí, el otro le repartiera estopa de lo lindo.

- Pues en esa pelea no parece que tuviera las de ganar.

- Fijo. Pero debe de ser mucho más cabroncete de lo que podríamos pensar. Que un pibe sea más grande en tamaño, o en polla, o en lo que sea, no quiere decir que tenga más huevos. Tener huevos es una cuestión de cabeza.

- Amén- susurró ella, que no estaba por escuchar proclamas sobre la virilidad que no había solicitado en ningún momento- ¿Me pasas el porro?

Él no solo no se lo pasó, sino que, retirando sus piernas para otro lado, se levantó del sofá y apagó la tele, toda una blasfemia durante aquellas noches de apalanque. Estaba en calzoncillos, y desde esa semidesnudez observó a su novia con rictus serio.

- ¡Pues yo no le tengo miedo!- declaró, sin mencionar su referente directo.

Ella se encogió de hombros. No tenía ganas de darle la razón, aunque eso supusiera el no retorno del cigarrillo.

- Pues haces mal, guapo. No es cuestión de cabeza, ni de cojones, es cuestión de que ese tío está pirado, y eso es lo que le hace peligroso. Si el negro no vuelve, será porque le habrá metido un susto tan grande que se ha acojonado sin remedio. ¡Mira lo que me hizo a mí con esas cabezas de bichos! ¡Cualquier día las cabezas que cortará serán las nuestras! ¿Qué es lo que hacen en ese curso, rodeados de cuchillos todo el puto día? ¿Y cuando anda encerrado en su casa, él solo? Dicen que tiene ahí un laboratorio, que si anda mezclando gases y cosas de esas, lo mismo se le va la mano en algún momento y salimos todos los de la casa volando a tomar por culo. No, cariño, no te fíes, mejor es mantenerse al margen. A fin de cuentas él no es de aquí, con un poco de suerte se largará pronto.

- ¡Y una puta mierda!- aulló él- No se va a ir sin que le diga cuatro cosas. Te he dicho que no le tengo miedo, y no me vengas con gilipolleces porque estoy dispuesto a demostrártelo ahora mismo.

El novio sacó una navaja plegable del cajón de una pequeña mesita.

- Yo también tengo un cuchillo- afirmó, accionando el resorte que liberó su filo- Esto vale para locos y para los que no lo están. Ahora tú y yo vamos a ir a ver al vecinito.

- ¿En gayumbos?- se burló ella, pero él no tuvo tiempo de contestar. En ese momento llamaron al timbre, un par de veces, de forma seca y breve. Ella se alarmó. Iba poco más vestida que él, con top y bragas.

- Mis deseos se han cumplido- exclamó el novio, que presuponía la identidad del visitante.

- ¡No abras!- le dijo ella- Total, seguro que es otra vez esa vieja para decirnos que bajemos la tele.

- Lo dudo- replicó él, haciéndole un gesto como para que se apartara- Cada día está más sorda…

Sosteniendo el pincho en la mano, el novio se acercó con precaución, dispuesto a abrir la puerta.

- ¡Usa la mirilla!- chilló ella, que no se había atrevido a moverse del sofá.

- ¡No me jodas!- protestó él en voz baja, sin girar la cabeza- ¡Y no grites!

Con la mano izquierda amarró el pomo de la puerta, mientras la derecha se mantenía en el aire, en tensión, deseando bajar en picado para asestar una puñalada a quien él creía oculto tras esa puerta. La abrió unos centímetros, lo suficiente para comprobar que delante de la entrada no había presencia alguna. No se sorprendió mucho por ello, y observó la terraza de reojo, sin asomar la cabeza en ningún momento.

- Nadie- murmuró- Si este tío se ha escondido, lo ha hecho muy bien. Me la pela. Le voy a seguir hasta su puta casa si es necesario.

- Cariño, no salgas- le suplicó la choni al oído, puesto que se había acercado poco a poco hasta su posición- ¿No podemos arreglar esto mañana?

- Seré yo quien lo arregle- replicó- Tú espera aquí y prepara otro porro para cuando vuelva.

- ¿No te vas a poner nada encima?

- ¡Buah! ¿Es que estoy mal así? ¡Déjales, que disfruten!

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