domingo, julio 17, 2011

LOS CERDOS. Entrega 38.

- Bien, Jonás- continuó Penélope- Ya te he hablado de mí, y de mis planes. Y tú, ¿no tienes nada que contarme sobre tu nueva vida aquí?

-Podría… Pero no se si iba a gustarte.

- Eso es lo de menos. Te conozco desde hace poco, pero no me cuesta tanto comprenderte como a otras personas. Vamos, no hagas que esto se convierta en un monólogo.

- ¿Qué podría decirte, Penélope? Que no me encuentro muy bien, como imaginarás. Y que, no es por burlarme, pero no creo que pueda estar mejor a base de aire de pinos y paseos en barca. Solo te necesito a ti.

Penélope no hizo ningún comentario al respecto, suponiendo que se disponía a continuar.

- Es decir… No me malinterpretes. Lo he pasado muy bien contigo, pero mi necesidad no es… física. Solo siento que las experiencias que tú has vivido se están repitiendo en mí. ¡Los cerdos! Oh, te parecerá una locura, pero, cada vez más, estoy empezando a ver a las personas que me rodean como si llevaran una… asquerosa máscara de cerdo.

- ¿A mí también?- inquirió Penélope, sin tomar a broma lo que le contaba.

- No… Creo que contigo no podría. Digamos que a las personas a las que de verdad aprecio las puedo mirar tal y como son. Eso es un consuelo, porque si tuviera que verte ahora así creo que perdería la poca cordura que me queda. Yo no quiero que cambies tu decisión. Me parece acertada. Pero sí te pediría que la aplaces, al menos unos días. Quédate unos días conmigo, Penélope, en calidad de amigos. Ahora mismo no encuentro a otra persona que pudiera ayudarme. Tú ya has pasado por esto, y lo superaste.

- No. No del todo. De lo contrario, ¿qué es lo que estoy haciendo en este viaje? Ojalá pudiera servirte, Jonás, pero es que… ¿No lo comprendes? Yo estoy yendo a ser curada, no puedo curarte a ti. Esos cerdos… ¿Acaso los verías si no me hubieras conocido, si no hubieras escuchado mi historia, si no hubieras visto mis cuadros? Oh, vamos. ¿Ayudarte yo? Creo que te equivocas, quizá yo sea la causa de tu estado, y para eso no hay mejor terapia que una separación.

Por un momento pareció que Jonás fuera a replicar algo ante esto, pero, si quería hacer uso de su voz, esta se quebró por el camino. Prefirió centrar sus esfuerzos en controlar sus emociones, tal y como consideró que estaba haciendo Penélope, quería estar a su altura y que la escena no se tornara melodramática. Ella, por su parte, pensaba que era mejor que encajara el golpe cuanto antes, pues antes también lo iría asimilando y suavizando. Le costaba encontrar una postura adecuada; quizá, si estrechaba el contacto físico con su acompañante, a la larga sería un recurso más dañino.

- Jonás, esto te dolerá ahora, sobre todo. Pero, piénsalo bien. Mañana temprano yo cogeré el cercanías, y mientras tanto tú estarás durmiendo, tranquilo, con un futuro prometedor por delante. El que tenías antes de conocerme, y el que sigues teniendo ahora. ¿Qué importa si jamás volvemos a vernos? No me necesitarás.

- Yo ahora mismo no asumo que desaparezcas de mi vida para siempre. Lo siento, es así- declaró Jonás al fin, venciendo su silencio- Antes preferiría…

En ese momento calló, por prudencia, y evitó el contacto visual con Penélope. Eso provocó que ella buscara sus ojos por todos los medios, y cuando los descubrió, ladeados, sintió un escalofrío porque leyó en estos lo que Jonás no había querido decirle de una forma más directa. Preferiría matarte. O matarme a mí. O hacer ambas cosas. ¿Empezaría a tener ella alucinaciones también? Sintió que la espiral de locura en la que Jonás se estaba encerrando era mucho más virulenta de lo que ella podría haber supuesto al analizar tan solo sus calmadas palabras y su apariencia. Procuró no alarmarse, pero empezó a sentir unos vivos deseos de abandonar ese lugar, y para ello contaba con la excusa de sus preparativos.

- Mira, Jonás, creo que no me has comprendido bien. Ahora me ves serena, pero quizá nos encontremos ante una situación más urgente de lo que pudiera parecer. Quizá yo sienta ganas de volver a quitarme la vida.

Y entonces no será necesario que tú lo hagas, quiso añadir, pero lo dejó en su fuero interno. Antes de poder vislumbrar su reacción, Penélope se puso de pie e, indecisa sobre si realizar un gesto de despedida o no, al fin depositó un beso breve en los labios de Jonás. Cuando se estaba marchando, giró un momento la cabeza con una idea que le había surgido de forma espontánea.

- ¿Colgaste al final el cuadro que te regalé en tu piso?

Jonás asintió, mostrando una cálida sonrisa que Penélope le devolvió antes de abandonar a paso ligero la sala, convencida de que él no iba seguirla, como en efecto sucedió.


Tras su furiosa cacería, Jonás se sintió exhausto. Y no tanto por aquella actividad, sino más bien por los recuerdos, tan recientes, que había removido, algo que consideraba peligroso pero no había podido evitar. En la quietud del aire veraniego, resultaba complicado empujar las nubes del gas asesino hacia el exterior. Jonás, de forma paradójica, sintió que se ahogaba dentro de la máscara, corrió fuera de la cocina y la arrojó al suelo, jadeando. La irritación en sus ojos provenía, en realidad, de las lágrimas, de aquel llanto poco copioso, sin estridencias, que quiso ocultar frente a Penélope pero que entonces, avivando el fuego de su imagen, no iba a reprimir en aquella soledad solo turbada por aquellas cucarachas supervivientes que recorrían el salón aleladas, sin rumbo, aprovechando aquella especie de momento débil del gigante.

Jonás se sentó en la mesa del salón. Prefirió no mirar ni de reojo el estado en el que habría quedado la cocina, literalmente alfombrada por un crujiente manto de cucarachas que apenas podría abarcar con el recogedor. Comenzó a toser, pero no por ello volvió a ponerse la máscara. Prefería secarse sus ojos enrojecidos al natural. Entonces, llamaron a su móvil.

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