jueves, julio 21, 2011

LOS CERDOS. Entrega 40.

Desde aquel piso pequeño, caluroso y, para colmo, contaminado, Jonás se trasladó en mente a un espacio mucho más diáfano e impresionante, una cordillera montañosa que Penélope y él recorrían con la sensación de ser dos hormigas en dura escalada, y a nivel comparativo bien podrían parecer eso a juzgar por las dimensiones del recinto natural. Lo cierto es que ninguno de los dos parecía haberse preparado bien para esa ruta, sobre todo ella. Jonás iba de guía, puesto que había pasado largos y felices ratos en aquellos parajes, hacía tiempo, por lo cual debió de buscar en su memoria para orientarse correctamente.

Se encontraban subiendo la pendiente de una montaña, con una inclinación de nivel medio, a través de un terreno fecundo en enormes peñascos, sobre los cuales afianzaban los pies con poca seguridad, en especial ella, que se había enfundado unas pesadas botas negras, más apropiadas para presentar una exposición pictórica antes que para vencer un repecho como aquel. En el cielo puro reinaba un sol benevolente, que no hacía más dura su ascensión; sin embargo, cargados además con mochilas de excursionista, estaban jadeando y sin demasiadas ganas de charla, salvo para necesidades puntuales. No obstante, Jonás no evitó darse la vuelta para expresar su sarcasmo.

- ¿Te arrepientes ahora de decir que vendríamos a buscarle?

Penélope se sentó en una piedra plana, dejando la mochila, para descansar un poco y, antes de hablar, bebió un trago de su cantimplora para refrescarse.

- No, Jonás, no me arrepiento. Solo espero que de verdad sepas por dónde me estás llevando. Si voy a estrellarme la cabeza contra alguna de estas rocas, al menos que sea por algo que merece la pena.

Jonás sonrió. Estaba cansado, pero feliz. Regresar a ese lugar de su infancia le había motivado lo bastante para suplir esa merma de fuerzas que le había provocado la falta de costumbre. Compartir esa toma de contacto con ella le resultó un placer adicional, por lo que, si no hubiera supuesto desviarse mucho del objetivo, se habría quedado en ese pedregal al menos una hora, para atesorar mejor aquel instante en su memoria.

- Cuando dije que trajeras un buen calzado creo que no me refería a eso. Si nos viera algún guarda diría que vas a matarte, sin embargo creo que te has vestido de excursionista guapa.

- Un gran consuelo si me despeño…

Jonás se tumbó hacia adelante, observando en el horizonte los pasos que deberían dar, para lo cual se ayudó con unos pequeños prismáticos.

- Pues no te creas que tengo yo mucho aguante. Es lo que tiene perder práctica, pero creo que nunca es tarde para retomar el montañismo. Esta es la parte dura, no pienses que todo el terreno será así ni que Al se ha establecido en este camino de cabras. Estoy ahora mirando, pronto lo podremos comprobar. Sí, ahora parece que lo recuerdo como si fuera ayer, tenemos que coger un desvío, cuando se terminen estos pedrolos. Luego, a través de una senda, cosa de un kilómetro de distancia, llegaremos a un valle cercado de bosques, entonces ya verás si la caminata ha merecido la pena. Al ser un día entre semana, con suerte estará vacío, o casi. Y, si de verdad él ha venido a parar por estos montes, me apostaría la merienda a que por allí anda, más o menos oculto.

Pasado un rato llegaron a ese desvío que le resultaba familiar, no se equivocó en tomarlo ni tampoco en el resto de sensaciones que almacenaba acerca de la naturaleza del sendero que continuaron, más suave y menos expuesto, circundado por maleza desgreñada y arbustos que tendrían aproximadamente la misma altura que ellos mismos. El camino allí se les hizo corto, pues pronto desembocó en un amplio valle circular, cercado por compactas extensiones de coníferas. Jonás se detuvo unos instantes, para contemplar una belleza que tenía vagamente olvidada, pero cuyo encanto se reactivó nada más pudo volver a poner sus ojos en ella.

- Sí, sí- exclamó, aunque más bien para él mismo, por momentos parecía haber olvidado a su acompañante- Ahora ya no cabe ninguna duda, en este valle hemos acampado más de una vez.

- Pues habrá que volver a hacerlo, ¿no?- añadió Penélope con un suspiro, arrojando la mochila, que contenía parte de la tienda de campaña, al suelo.

Jonás, saliendo de su arrobo, se volvió a mirarla.

- Eh… Sí, claro. Pero no aquí- observó en lontananza, buscando un rincón válido para establecerse- En realidad no creo que esté permitida la acampada aquí, recuerdo que Al y yo solíamos instalarnos en un sitio más resguardado, a orillas del bosque.

Mientras se desplazaban a un lugar acorde a estas condiciones, escucharon de lejos ruidos de cencerros y balidos que rompieron el silencio y la quietud casi extrema en la que habían descubierto el paraje.

- Normal- comentó Jonás- Ni un excursionista, pero no pueden faltar los pastores.

- ¿Crees que será él?- inquirió Penélope, esperanzada.

- No, no, lo dudo. Una cosa es que se esté preparando, de algún modo, para ser pastor, y otra que ya haya conseguido un rebaño. Lo más probable es que Al ande solitario, escondido por alguno de estos bosques. Bien mirado, esta zona tampoco es tan grande, así que si tenemos paciencia igual hasta le vemos antes de que anochezca. A menos que él nos rehúya, y dudo que llegue a ese extremo.

Al fin llegaron a un lugar que pareció apropiado a Jonás, donde se apresuraron a sacar todo lo necesario para establecer el campamento general.

- Es una tienda sencilla- dijo Penélope- Creo que hasta yo me las arreglaré para montarla sola. Jonás, me sentiría más tranquila si, como dices, tenemos noticias de Al antes de que se ponga el sol. Tú que conoces más los alrededores, ¿por qué no empiezas a explorar un poco mientras yo instalo las cosas? Luego podremos seguir ambos.

Jonás la observó con mal gesto, dando a entender los reparos que ponía a dejarla allí sola. Ella, no obstante, estiró los labios en una mueca de burla.

- ¿Qué pasa? ¿El macho de la expedición no quiere dejarme sola y desamparada?

- No es eso, Penélope. De hecho, Al y yo siempre fuimos bastante inconscientes respecto a los peligros a los que nos exponíamos aquí, y nunca nos pasó nada. Ahora que he crecido, me doy cuenta de que en realidad no se qué es lo que hay por ahí fuera. Así que quédate, bien, pero quiero darte un par de cosillas.

Jonás extrajo de su mochila una funda de cuero, la cual contenía un cuchillo de reluciente filo, que superaba en longitud la palma de su mano, con una empuñadura tallada en madera noble. Lo blandió delante de ella, si bien se sentía algo intimidado por el potencial peligroso del arma; un sentimiento que parecía compartir Penélope, pues apartó la vista al poco de que Jonás se lo enseñara.

- Es un regalo de mi abuelo- dijo él- La verdad es que me sentiría más seguro si te lo quedaras.

- Pues yo no me siento más segura de esta manera, Jonás- replicó ella, con un acento tembloroso en la voz- He tenido malas experiencias con cuchillos y cuchillas, así que llévatelo porque igual a ti sí te hace falta. En el peor de los casos tengo el martillo para armar la tienda, también es contundente.

Jonás creyó entender la aversión expresada por Penélope, así que devolvió el cuchillo a su funda. Sacó, en cambio, un silbato plateado, que se podía colgar al cuello a través de una cadena.

- ¿Otro regalito?- dijo Penélope.

-No… Esto me entró en una caja de cereales. Igual te suena absurdo, pero al menos quédate con esto.

- Vale, vale- aceptó ella, colgándoselo- Si así te quedas más tranquilo y me prometes que vas a irte de inmediato a buscar a Al… No se si absurdo, pero esto me hace sentir una perra, Jonás.

- En todo caso el perro seré yo- le corrigió Jonás, con una sonrisa- Porque vendré si me llamas.

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