jueves, julio 07, 2011

LOS CERDOS. Entrega 34.

Así, a la manera de un antecesor perdido en la noche de los tiempos, el joven salió a encarar el peligro llevando solo unos ligeros bóxer blancos y agarrando la navaja como el símbolo de su supervivencia. Poco a poco fue caminando por la terraza, observando a izquierda y derecha, pero el espacio era demasiado estrecho como para que alguien se hubiera escondido sin que él lo notara. Lo que no pudo prever, en aquel momento, fue que la amenaza llegaría desde las alturas. De repente, recibió una lluvia de vísceras que le cubrió de la cabeza a los pies.

Aturdido, dejó resbalar la navaja hacia el suelo y, cuando intentó gritar, una mano enguantada le cubrió la boca impidiéndoselo. Era Jonás, que, en una operación no exenta de un riesgo que había despreciado, se descolgó de la terraza del piso de arriba, desde la cual le había arrojado el repugnante contenido de un cubo lleno de tripas y sangre animal. Sorprendiéndose a sí mismo no menos que lo había hecho el vecino, tuvo la habilidad de llegar a tiempo antes de que este gritara. Le agarró por la espalda, siendo consciente de que le ganaba en musculatura pero ante ello, además del arma del pánico, se había agenciado su cuchillo fileteador, con el filo manchado de sangre. El rojo elemento lo empapaba todo: la ropa de Jonás, que no era otra que el uniforme de su cursillo, una mochila que llevaba ladeada en un hombro, e incluso resbalaba por las comisuras de su boca, otorgándole un aspecto mucho más terrorífico que sin duda logró imponerse al novio cuando este pudo girar un poco la cabeza para encararse con su agresor.

No obstante, más allá de toda la vanidad que pudiera desplegar, al sentirse acorralado el novio se revolvió como una auténtica fiera, forcejeando con Jonás logró quitarse pronto sus brazos de encima, y le empujó contra la pared. Como fuera que no se encontraba en su mejor noche, el novio resbaló en un charco de sangre cuando iba a arrojarse hacia él, y cayó de culo sobre el líquido que le jugó esa mala pasada. Jonás no aprovechó esa ventaja y se quedó pegado contra la pared, sosteniendo el cuchillo y mirando fijamente hacia su adversario, que con cierta pesadez levantó el trasero; la tela que lo recubría se había teñido por completo de sangre, haciendo que sus formas se transparentaran. El novio era consciente de ello, por lo cual arrojó una sonrisa de burla hacia Jonás.

- ¿Qué, te gusta lo que miras, maricón?- le increpó- ¿Para eso querías tanta sangre? Pues todavía tiene que correr la tuya…

- No es necesario- replicó Jonás, controlando cierto temblor tanto en su voz como en la mano que sujetaba el cuchillo- Solo quiero que nos dejéis en paz. A Ari. A mí. Y que se te meta en la cabeza que no puedes ir jodiendo a la primera persona que se te cruza en tu camino.

- Eso es justo lo que tenía pensado hacer contigo dentro de un momento…- dijo el novio, que con cierto disimulo había centrado su atención en la navaja, caída a un par de pasos de su situación actual.

Dio un salto para cogerla, pero antes de llegar al suelo Jonás se había arrojado encima de él, aplastándole. Detrás había dejado su arma, porque no era su intención lastimar al joven, al menos no de manera grave. Mientras ambos se revolvían, la mochila de Jonás se deslizó hacia el suelo, esparciendo su contenido, que no era otro que más casquería repugnante. Jonás logró alcanzar un puñado en el que se apretaba una mezcolanza de intestinos, sesos y demás interioridades que introdujo por la fuerza en la boca del novio, provocándole una reacción de náuseas y casi asfixia. Acercó sus labios hacia su oído.

- Ahora lárgate. Lárgate de una puta vez y recuerda lo que te he dicho.

No fue necesario repetirlo. Jonás se echó hacia un lado y el otro se apresuró a esfumarse escaleras abajo, corriendo ensangrentado, casi desnudo y demostrando que, a fin de cuentas, sí que le provocaba miedo aquella figura del infierno camuflada bajo un envoltorio proclive a engañar a espíritus un tanto obtusos como el suyo.

A todo esto, su novia había permanecido tumbada en el sofá durante toda la pelea. Su propia pareja había contribuido a ello, ordenándole que le esperase, como el retorno del guerrero, pero también contaba con el poderoso influjo de la droga para no moverse del sitio. En un principio el porro se había impuesto ante la ansiedad de saber qué le había ocurrido a su chico. No obstante, finalmente se incorporó y, sin ver tampoco qué necesidad había de vestirse, se dirigió hacia la puerta con un paso bastante inseguro. Saliendo con cautela, y sin cerrar la puerta puesto que ni había cogido las llaves ni tenía un buen sitio para guardarlas, observó un bulto arrojado en la esquina de la terraza. A simple vista no lo reconoció como su novio, lo cual le produjo un suspiro de alivio; iba vestido por completo, incluyendo una gorra que le tapaba el rostro.

Por cierta lógica, sencilla incluso en su estado, ella identificó ese cuerpo como el de Jonás, arrojado en medio de un charco de sangre. Comenzó a temblar, pero no por la visión de un supuesto cadáver sino por las sospechas que derivaban de esa visión.

- Si habrá sido hijoputa…- murmuró la choni para sí, meneando la cabeza.

Se imaginaba que su novio podía haber apuñalado a Jonás. De hecho, vio que su navaja estaba arrojada por el suelo, también ensangrentada. ¿Sería posible que él se hubiera dado a la fuga, dejándole el fiambre a la puerta de su casa? Quizá se hubiera asustado, porque esa no era su intención, su novio era mucho de dar sustos pero jamás de hacer algo que le hiciera caer bajo el peso de la ley. Quizá se le fue la mano, y no tenía la menor intención de regresar al escenario. Pero, ¿acaso ella podía identificar a Jonás? Si al menos su gorra no estuviese tan calada…

Desvanecido ya todo el relajamiento que pudiera conservar, se acercó temblorosa mientras iba pisando charcos de sangre y trozos de carne en los que prefirió no posar la vista. Se agachó para levantar la visera, descubriendo la cara de un Jonás que entonces no se fingió más el muerto, sino que abriendo los ojos agarró a la choni por el top y estrelló contra su boca un corazón de cerdo que tenía preparado junto a él. De ese modo, logró amortiguar su previsible chillido.

- ¡No chilles, no chilles por favor!- le susurró, sin dejar de sostenerla- No te voy a hacer daño, ¿vale? Tu novio está bien, pero te ha abandonado… Lo único insalvable serán sus calzoncillos.

Aunque asustada, la choni se relajó un poco, tratando de olvidar el repulsivo órgano que le impedía hablar.

- Se lo dije a él, te lo digo a ti: Dejadnos en paz a Ari y a mí, ¿entiendes? Porque, de lo contrario, será tu corazón el que me coma yo, ¡de este modo!

Y, retirando el corazón de su boca, Jonás lo aplastó en un puño, haciendo que salpicara sobre los dos.

- Y ahora vuelve a tu casa. ¡Corre, conejito!

Ella asintió, de manera sumisa, pero no corrió pues prefería ir con cuidado sobre aquel manto de porquería en el que se había convertido el suelo de la terraza. Una vez se hubiera cerrado la puerta tras ella, sí tenía previsto recorrer de tres o cuatro saltos la distancia hacia la primera e inevitable parada: la taza del váter, en la que aliviar su estómago revuelto, y esta vez no por los efectos de alucinógeno alguno. Jonás, aunque se hallaba casi tan asqueado como ella, al fin pudo esbozar una sonrisilla de satisfacción.

No hay comentarios: