martes, julio 19, 2011

LOS CERDOS. Entrega 39.

XII

El número que indicaba la pantalla era el de Al. Jonás, si bien algo atontado por la atmósfera enrarecida, lo cogió sin titubeos.

- ¿Sí?- inquirió, como si no supiera de quién se trataba.

- ¡Buenas noches, Jonás!- contestó su amigo, le pareció escuchar de fondo fragmentos de otras conversaciones- ¿Te llamo muy tarde? No, supongo que no. Y supongo que tampoco esperabas mi llamada.

- Pues, mira, ha sido un día tan raro que ya cualquier cosa me esperaba. ¿Por dónde andas? Porque en tu casa no parece.

- No, no, ahí es donde reside la sorpresa. Pero vayamos al quid. Verás, tenía ganas de hablar contigo. Comprendo que hayas preferido echar tierra de por medio, pero también comprenderás que yo esté, al menos en parte, preocupado por ti. Y a tu padre le sucede lo mismo, por eso me dio las señas de tu piso. Espero que no te moleste. Así que pronto, bueno, algo entrada esta noche, podré hablar contigo en persona si es que te parece bien la idea, claro.

- Oh, Al, te lo agradezco, pero, ¿eran necesarias las molestias? Vamos, que igual una webcam te hubiera resultado más económica.

- Quita, quita… Tampoco te has ido tan lejos de casa, ¿verdad? El tren no tardará demasiado en llegar. Tendré que apañarme un poco con el metro, ejem, procuraré preguntar lo mínimo para que no me tomen por muy palurdo.

Una sombra de suspicacia contrajo los rasgos de Jonás.

- Oye, ¿tú sabías lo de Penélope?

Al no tardó en contestar, con toda naturalidad.

- ¡Sí, claro! Y se que esta tarde has estado con ella. De eso también tendremos que hablar, amigo mío, ¿qué demonios le has dicho? Si querías asustarla, enhorabuena, lo has conseguido.

El reproche que le envió Al, aunque lo hizo con una nota de desenfado, no varió su actitud desconfiada.

- Y, ya que sabes tanto, ¿entonces es verdad que no te vas a quedar en ese sitio con ella?

Por unos instantes, solo pudo escuchar el ruido de su masticación.

- Por favor, Jonás, vas a hacer que me siente mal esta tortilla recalentada. ¿Quedarme yo allí? No me jodas, yo ya perdí el carnet de cliente VIP y por eso ahora no es que vaya con Penélope, es solo que voy a acompañarla hasta la puerta, para saber que queda en buenas manos, para que vaya conociendo el sistema y, en definitiva, para que pueda entrar con buen pie. Si eso te parece mal solo puede ser porque te estás convirtiendo en un fucking paranoico.

Jonás calló un momento, mientras asumía que las palabras de su amigo le estaban poniendo en evidencia, y de paso pudo darle algo de tiempo para seguir con su cena.

- ¡Ey!- exclamó finalmente Al- ¿Quieres que vaya a verte entonces o no? No son horas, lo se, si lo prefieres podemos vernos cuando deje a Penélope.

- No, no… Olvida lo que te he dicho. Vente, de verdad, creo que charlar contigo me aliviará. Yo te estaré esperando, además ando enredado en unas… tareas domésticas, vaya, que hoy voy a pillar tarde la cama.

- ¡Estupendo! Si me pierdo, te pediré ayuda. Confío en mi orientación pero, vaya, mejor que estés un poco al loro. Ciao!

Habiéndose colocado de nuevo la máscara, Jonás entró en la cocina por ver si podía hacer algunos rescates en el naufragio provocado por él mismo. De la nevera sacó tres botellas; un par de licor fuerte, hacia la mitad de su contenido, y la tercera era de Lambrusco, por fortuna para él no estaba empezada. Lo de los cubitos de hielo sería un desastre bastante más complejo de arreglar. Jonás las llevó para pasarlas debajo del grifo, por si eso pudiera ayudar un poco a que volvieran a su estado pre-insecticida. Algunas cucarachas seguían saliendo del fregadero, desorientadas, para encontrarse con que el agua volvía a llevárselas cañerías abajo. Otros cientos de cadáveres de insectos yacían sobre el suelo de la cocina, Jonás los había pisado sin que le importara gran cosa, otros los había apartado a patadas. Dentro de la jerarquía mental que se había establecido, la prioridad de tener bebida disponible era superior al recoger esos restos. Jonás cogió el estropajo, su lavavajillas barato y comenzó a frotar a conciencia todas las botellas, hasta que las consideró lavadas con mayor o menor éxito.

Al terminar con la bebida, se propuso desinfectar de algún modo su propio cuerpo, en el laboratorio se sacó el mono y lo arrojó, hecho un revoltijo, a cualquier rincón; a eso le sumó todos los aperos de la fumigación, con lo cual el desorden reinante en la sala se acentuó aún más. Entre una pila de cachivaches que se derrumbó en el suelo pudo atisbar un objeto que le llamó especialmente la atención en las circunstancias en las que se encontraba. Era una flauta de pan, realizada de manera claramente manual y bastante tosca, lo que por otra parte le daba un encanto más genuino. Y Jonás, conocedor de los avatares por los que ese instrumento había llegado a formar parte del caos, se lo llevó consigo hacia la mesa del salón, donde ya se estaban secando las botellas. Luego, con un impulso algo acelerado, arrojó sus calzoncillos al rincón donde había dejado el mono y se dispuso a tomar una ducha rápida.

Una vez arreglado, al menos lo bastante arreglado para un amigo con el que tenía una gran confianza, Jonás se dejó caer en la silla del salón. Se sirvió un whisky, iba a necesitarlo aunque fuera a palo seco. Había logrado desterrar el sueño, no el cansancio. Si bien Al tampoco le había proporcionado muchos detalles, suponía que el tren ya habría llegado a la estación, y que su amigo andaría buscando con más o menos acierto el camino para llegar a su casa. Por eso estaba pendiente del móvil, aunque sus pensamientos pretendieran tomar otros senderos más retorcidos. Todavía guardaba las recientes palabras de Penélope, a las que se habían sumado las de Al, entrelazadas entre sí a través de un vínculo evidente. Pese a que las explicaciones de Al le habían proporcionado un cierto alivio, la sombra de la sospecha no dejaba de expandirse dentro de su conciencia, sugiriéndole actos que al instante despreciaba, pero que tampoco lograba desechar. En un intento de templar sus nervios, cogió la flauta de pan y empezó a soplar, como el burro del cuento, basándose en el puro azar. De esa manera acabó abstrayéndose, pues un instrumento tan simple como esa flauta guardaba una historia que estaba en buena parte detrás de la situación a la que todos habían llegado.

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