domingo, julio 24, 2011

LOS CERDOS. Entrega 41.

Jonás se internó por la floresta, sin tener una ruta prefijada, suponiendo que, como la masa boscosa que rodeaba al valle tampoco es que tuviera una extensión muy vasta, era poco probable que se perdiera; saldría hacia el otro lado del valle, en todo caso. Antes que por un sendero, comenzó a guiarse por un extraño y agudo sonido que llegaba hasta él. Al principio lo atribuyó a los pájaros, pero a medida que se iba acercando más a él lo tomó como proveniente de alguna clase de instrumento. Siguiendo su rastro, alcanzó un claro en el que, tumbado a la sombra y junto a un arroyuelo, Al se encontraba tocando la flauta de pan, la misma que con el tiempo terminaría en su trastero. Su amigo, en efecto, se había vestido de pastor, con un zurrón y algunas viandas diseminadas en un mantel a su lado; un pastor aún sin ganado, como había supuesto él. Al observarle, el joven no se sorprendió, sino que le sonrió desde el sitio.

- ¡Bienvenido, Jonás! ¿Qué es esa cara? ¿Esperabas que me sorprendiera? Bueno, me estoy acostumbrando a la montaña, y mi oído también; por otra parte, tenía la esperanza de que podría veros algún día. Es el signo de que no me habéis olvidado. Y te felicito, ¿cómo me has encontrado tan pronto?

- Bueno, no se me ocurrían muchos más sitios.

- Pues, ya que has descubierto mi refugio, voy a ofrecerte algo de mi hospitalidad. ¡Venga, siéntate aquí! Estoy disfrutando esto mucho más que cuando éramos pequeños. Creo que ahora lo veo bajo una sensibilidad nueva.

- Me encantaría, Al, pero debería volver a donde he dejado a Penélope. Ella podría preocuparse si tardo mucho… O si no vuelvo contigo.

- ¡Bah! Esa chica se las apaña bien, te lo aseguro. ¿Habéis subido la montaña y llegado hasta aquí, del tirón? Vamos, no puedes seguir sin un frugal tentempié de pastor.

Después de todo lo que le había costado lograr ese reencuentro, Jonás no tenía ganas de disputar por las cuatro rodajas de queso que Al estaba cortando con una navaja. Y tampoco tenía la menor gana de rechazar su invitación, pues andar le había abierto el apetito y no se aprovisionó al abandonar el campamento. Al fin se sentó plácidamente a la sombra, junto a su amigo.

- ¿Te gusta mi locus amoenus?- inquirió Al, sirviéndole en un tosco plato las rodajas con un poco de pan de hogaza.

- Eso no se, pero la merienda tiene una pinta estupenda.

- Sí, para que sepa bien hay que regarla con el contenido de este odre- dijo Al, sacando una bota de vino, de la cual sirvió un poco en un asimismo tosco vaso de madera.

- ¿Un odre? Pues a mí eso me parece una típica bota.

- Ya, bueno… Pero, en este entorno, creo que merece la pena interpretar un poco, ¿no?

- Ya…- replicó Jonás, burlón, alzando la copa- Como cuando estábamos en el estudio de Penélope, ¿verdad? Tenemos que hacer una violación de esas.

- ¿Cómo?- inquirió Al, aturdido.

- Espera… No, no. Libación. Ja, ja.

Al sonrió, por la confusión, y alzó su copa junto a la suya, brindando.

- ¡Por nuestro reencuentro! Aunque todavía no es completo, tendremos que repetir esto cuando bajemos con Penélope.

Lo cierto era que Jonás, tras haber apurado con avidez su copa, comenzaba a olvidarse de su compañera de travesía. Sentía una fuerte curiosidad por el tipo de vida que Al había estado llevando desde que decidió abandonar la civilización.

- Y, dime, ¿ya te has acostumbrado a tu vida como pastor?

- De momento estoy en una fase de adaptación- comentó Al, arrojando lejos de sí la corteza del queso- Pero sí que he conocido a un pastor auténtico. Por desgracia, no hacemos buenas migas. No le veo como mi compañero de églogas. El pobre es feo, desentona con esta belleza natural, y le falta un ojo. Siendo poco original, le he bautizado como Polifemo. Es de pocas palabras y mejor así, porque ya me resulta inquietante estando callado… Pero, ¡en fin!, yo voy haciendo progresos. ¿Has visto mi flauta de pan? La he diseñado yo mismo.

Al le ofreció la flauta, que en efecto tenía todo el aspecto de ser de manufactura propia.

- Me gustaría que aprendieras a tocarla.

- ¿Estás de coña?- replicó Jonás- Instrumentos de laboratorio todos los que quieras, pero ya sabes que esto no es lo mío.

- Da igual. Si vives en este sitio, aunque sea una temporada, verás cómo te dejas llevar por la música, lo que salga de ahí te parecerá un sonido celestial aunque igual no te dieran ni unas monedas si la tocaras en la calle. Y, si no quieres, no la toques. Quédatela como un presente de mi parte. De este modo enterraremos ese desencuentro que tuvimos la última vez. Tenía la esperanza de que vendrías, de que las cosas no podrían terminarse así.

- ¡Vale! Me la quedo. Si me dejan sin fondos para investigaciones, preferiré tocar esto antes que un acordeón.

Ajena a este ágape del que, por distancia, se hallaba necesariamente excluida, Penélope estaba ultimando el montaje de la tienda de campaña, clavando piquetas en el suelo con un mazo neumático. De repente escuchó cómo los cencerros y ladridos que ya habían notado se acercaban hacia su posición, lo cual en principio no tenía por qué inquietarla; siguió a lo suyo, mientras se aproximaba un reducido rebaño de cabras, custodiado por un par de mastines que se acercaron a ella amenazantes, enseñando los colmillos.

- ¡Qué monos!- exclamó con burla, mostrando el mazo para que vieran que ella tampoco es que se encontrara desarmada. Como la mayor parte de los urbanitas, tenía unas ciertas nociones acerca de qué peligros encontrar en el campo, y mostrar miedo ante los perros no era la mejor idea para mantenerlos a raya. No obstante, un silbido del pastor hizo que se retiraran.

Este apareció después, y su sola visión hizo que Penélope no pudiera disimular una mueca de asco. Era el mismo al que Al se había referido como Polifemo. Además del parche en un ojo, todo su aspecto parecía señalar que el hombre estaba tan lejos de todo contacto humano que no se había molestado en conservar una apariencia algo agradable. Le dominaba la suciedad tanto en el físico como en la ropa y un cabello tan áspero como la maleza del lugar. Penélope dedujo que, bajo esa capa de mugre, habría un hombre no muy mayor en cuanto a edad, pero descuidado, poco agraciado y, lo que más le inquietaba, con un comportamiento extraño que podría acarrear malas intenciones.

- ¡Hola!- exclamó Penélope, fingiendo un tono agradable.

No obstante, el pastor no hablaba. Sumido en el silencio, se limitaba fijar su único ojo en ella, como embobado. Eso le pareció Penélope, o tímido o retrasado mental.

- ¿Hola?- repitió- ¿Pasa algo malo? ¿Es que te he invadido los pastos? Porque, vaya, creo que el valle es lo bastante grande…

Penélope no quiso hacer el esfuerzo de justificarse. Le resultaba absurdo; aquel tipejo, probablemente, ni la estaría escuchando. No le interesaban sus palabras, y temió que sí lo hiciera su cuerpo, de ahí su fijación y el aletargamiento, que se diría el estado previo de una bestia salvaje lista para saltar en cualquier momento.

- ¡Muy bien!- exclamó, blandiendo el mazo- No me hables si no quieres, pero tampoco te acerques demasiado. Si no tuve miedo de tus chuchos, tampoco lo tendré de ti.

No hay comentarios: