lunes, octubre 16, 2006

Capítulo primero: Ponferrada.

I. Ponferrada.

Era una mañana alegre y soleada.
La del quince de agosto del año dos mil cuarenta y tres, fiesta de la Asunción de la Virgen María. Sábado, para más señas. Lo que se llama un típico puente español con todas las consecuencias, y a esas horas en las que un país civilizado estaría ya almorzando, los currantes se desperezaban de los excesos de la semana o, aquellos más afortunados, de los de la noche anterior. Ya se ve. Pueden cambiar las décadas, siglos o milenios, que ciertas costumbres se mantienen, entre ellas las merendolas campestres, no digamos ya en un estío de a cuarenta grados a la sombra y entorno tan propicio como el Bierzo, bellísimo enclave del noroeste español a caballo entre León y Galicia. No es momento de hacer una descripción naturalista de varias hojas sobre la extensa historia y características de estos lugares, que ya hubo maestros en el pasado más competentes para ello, si alguien quiere saber sobre las Médulas o los Ancares no debería buscar polvo en los libros sino descubrirlos no sea que un hipotético futuro acabe con ellos.
Algo que por ese año aún no había sucedido, pese a que una nueva ola de incendios forestales estaba arrasando la verdura de algunas zonas. Algunos eran provocados por el vil metal, pero no faltaban aquellos palurdos de ciudad que ponían en peligro su vida y la de los demás con su inconsciencia. Riesgo que poco importaba a esas familias que partían de sus cada vez más robotizados hogares… para inundar la pureza del campo con las mismas robóticas idioteces que tenían en sus casas. Progreso manda. La ciudad de Ponferrada, Pons Ferrata, El puente de hierro, se había convertido aún más en centro turístico de la comarca. No solo de masas. El ocio se mezclaba aquí con lo espiritual. No lo mencioné antes, pero el Bierzo, como toda la provincia leonesa, es ruta indispensable para los que hacen el Camino de Santiago, tradición ya desde el medievo en ir a visitar las reliquias del apóstol Santiago en la ciudad que su nombre lleva.
En un destartalado autobús se imponía un silencio respetuoso, que murió en la voz seca, como de lija, que recordaba a otra ilustre peregrina del lugar.
- Eteria, o Egeria, es el nombre con el cual es conocida generalmente una piadosa dama que hacia el siglo tercero después de Cristo, aproximadamente, peregrinó a los Santos Lugares, dejando un diario relatando lo sucedido, el Itinerarium.
Una historia interesante la de la monja berciana, sin duda, pero hay que preguntarse qué tipo de auditorio la escucharía sin pestañear dentro de esa vieja carraca sin aire acondicionado que se podría asemejar al interior de un huevo cocido. Y si añado que las ocupantes, pues todas eran mujeres, llevaban gruesos hábitos de esparto que cubrían todo su cuerpo a excepción de parte del rostro, asemejándose más al velo de ciertos países orientales, pues habría que encontrar algo de martirio en su postura. Y eso era justo lo que esas religiosas buscaban, el sufrimiento con el que redimir sus pecados ante un fin del mundo que estaba a la vuelta de la esquina.
Sí, eran monjas. Como se verá, no de las que te encuentras por la calle. Las Hijas del Apocalipsis, con nombres como esos sobran presentaciones, habían surgido apenas unos años atrás. Corrían malos tiempos para la fe, las vocaciones escaseaban. Esta orden la había fundado una pobre madre carmelita directora de un colegio de León vecino a la morada de uno de nuestros héroes. Después que la tragedia se cebara con sus alumnos, muchos de los cuales perecieron en un alud por causas naturales durante una excursión a la estación invernal de San Isidro, con inspiración o locura quiso ver una señal divina de castigo, algo así como que nos fuéramos preparando… Por crear lo que muchos consideraron secta fue suspendida a divinis y casi a patadas, pero allí seguía en su colegio de León dirigiendo a sus hijitas, algunas perdidas que veían un modo de reformarse, pero también vocaciones puras. Como la hermana María. Sí, cualquiera fuera allí la jerarquía, todas eran hermanas. Durante esa misión que la vieja les había encomendado, pedagógica y propagandística a un tiempo, María era, lamentando la comparación vulgar, la animadora del equipo. No fue al azar que se escogiera justo esa festividad dedicada a la Virgen para iniciar un viaje que les llevaría por toda España, proclamando la verdad para quien quisiera escucharla. La devoción mariana era su guía, y esa joven de nombre tan simbólico proponía, guitarra en mano, un entretenimiento que despertó mayor entusiasmo que el relato de la señorita Eteria.
Cuando sientas que tu hermano
necesita de tu amor,
no le cierres las entrañas
ni el calor del corazón.
Busca pronto en tu recuerdo
la Palabra del Señor:
Mi Ley es el Amor.
Escuchándola cantar este himno se podía entender por qué la madre fundadora gustaba de referirse a ella como su milagro particular. Unas ondas suaves de voz rebotaban contra las ventanillas del auto invitando a todas al júbilo y el canto, hasta a la vieja hermana Urraca cuyas cuerdas bucales ya hemos quedado en que no daban mucho de sí. Daba igual. El estribillo era entonado en respuesta hasta por la conductora, una rolliza mujerona que quería redimirse de su etapa como camionera de contrabando.
Glory, glory, aleluya,
Glory, glory, aleluya,
Glory, glory aleluya
en el nombre del Señor.
No llego a entender muy bien por qué cambiaban gloria por glory, pero tampoco era muy importante entonces. Lo precioso no solo estaba en su salmo, ella misma era hermosura tan solo descubierta a través de la rendija de su rígido hábito, una cara infantil blanca como un témpano pero calor en las mejillas, algunos cabellos rebeldes se escapaban de la redecilla, María de no haber sido religiosa podría ejemplificar el famoso soneto de Garcilaso En tanto que de rosa y azucena, que habla de la rapidez con que el tiempo se lleva la juventud, dirigido a una doncella cuyo ideal de belleza renacentista era el suyo propio. Para muchos lástima de haberse desaprovechado con esa vida, al menos de aquellos que por la calle soltaban a su paso cumplidos muy poco poéticos, mejor no reproducirlos aquí. Se cuenta que la hermana María, que en poco sobrepasaba los veinte años, había sobrevivido al accidente del alud que se llevó a tantos compañeros de su clase, razón de más para que la fundadora la considerara una elegida, y quizá allí fue donde se encendió su vocación, la más pura y menos forzada de todas las que estaban allí.
Cristo dice que quien llore
su consuelo encontrará…
Siguieron cantando hasta acceder al centro de la ciudad, sus calles no estaban muy concurridas, pero el tráfico era considerable por los excursionistas perezosos a los que no había apetecido salir hasta entonces. Cuando algún despistado paseante miraba por casualidad dentro del autobús, el ver todas sus butacas con lo que parecían bultos de paño negro dando palmas le ponía la piel de gallina y aceleraba el paso. Aparcaron al lado del puente sobre el río Sil, ese que dio nombre a la ciudad en sus orígenes. La oscura procesión que descendía del auto ya no podía pasar desapercibida para los demás, poco faltó para que alguien invadiera el carril contrario por no dar crédito a lo que veían sus ojos. La circulación no sufrió daños, hasta que las monjitas en pleno ocuparon la calzada por la mitad, provocando súbitos frenazos, que algún morro de coche se comiera el maletero del de enfrente, pitidos y sobre todo un montón de improperios lanzados al cálido aire.
La hermana Urraca no se inmutó, se puso dentro del círculo que habían formado sus compañeras jóvenes, en posición de orar, sacó una Biblia que ya tenía señalada y tratando de hacerse oír sobre el estruendo que habían creado, exclamó:
- Apocalipsis, dieciocho, uno: Después de esto vi a otro ángel bajar del cielo con gran poder; la tierra fue iluminada con su esplendor. Gritó con voz potente: Ha caído, ha caído Babilonia la grande y ha venido a ser morada de demonios, guarida de todo espíritu impuro, refugio de toda ave inmunda y odiosa; porque todas las naciones han bebido el vino de su ardiente lujuria...
- ¡Tú si que te has puesto bien de vino, vieja borrachina!- bramó un padre de familia gordito cuya papada se hinchaba al borde de la explosión.
- ¿Quiénes son esas, mamá?- preguntaba un niño todo dulzura- ¿No salieron el otro día en el programa de la Veinte?
- ¡No!- replicaba una madre igual de furiosa- Y te he dicho que no veas esas cosas.
Ni los insultos ni las blasfemias que les llovían quebrantarían la fe de la orden, que mascullaba rezos mientras la hermana mayor seguía con el último libro sagrado. Puede que porque reflejara el estado de ánimo de los humanos, el hecho es que el clima varió en cuestión de minutos. De ser un sofocante día de verano, las nubes aparecían tornándose negras, el astro rey dijo adiós muy buenas detrás de ellas y algunos comenzaron a sentir la corriente por debajo de sus bermudas, este cambio súbito creó confusión en aquellos que habían bajado al puente sombrillas en mano para linchar a las intrusas. En principio, lo tomaron como una manifestación más. El panorama político andaba muy revuelto, aunque no sabían por qué las monjas también tenían que quejarse. Lo mejor sería dejar el asunto en manos de la autoridad competente. En esos tiempos en que parecía que los cyborgs iban a sustituir a los policías humanos de toda la vida, hizo acto de presencia un insigne ejemplar del cuerpo, motorizado, agente con algún kilo de más producto de la tranquila vida de ciudad pequeña, su mostacho de morsa hizo que alguien con sentido del humor pero poca originalidad le llamara Bigotones. También bastante acobardado por la tormenta que se avecinaba, pero tenía que mostrar lo que valía. Si uno no es capaz de tener autoridad ante una anciana y un grupo de niñas crecidas, ¿por quién le iban a tomar?
- ¡A ver!- gritó Bigotones, saliendo como pudo de la moto y acercándose al grupo que no se había inmutado- ¡Señoras! O señora y señoritas. O hermanas. ¡Como sea! ¿Me quieren escuchar, háganme el favor?
En ese momento la hermana Urraca parecía acabar su lectura, con los brazos en alto.
- ¡Amén!- exclamó, solemne, siendo imitada por las otras.
- ¡Sí, amén, sí!- dijo a su vez el policía con poco respeto- Vamos a ver, ¿aquí quién manda? ¿Es usted?
La hermana Urraca, sin apenas dignarse a mirarle, elevó su largo y consumido dedo índice hacia el cielo, ya era evidente que anunciaba borrasca. Maldita la gracia que hacía al agente el estar allí como un tonto para mojarse cuando podría regresar a comisaría con su partida de tute, pero resolver ese curioso asunto le podía dar un poco de brillo a la placa. ¿Dónde estaban las cámaras de televisión cuando se las necesitaba?
- No hay peor ciego que el que no quiere ver- sentenció la hermana Urraca observando a Bigotones ya a la cara, de modo frío.
- ¡Señora!- replicó el otro, intentando mantener los ojos enfrentados a los suyos- Mire, si va a hablar así mejor se hubiera quedado callada.
- ¡Quién manda, dice usted! ¿Es que no lo ve? ¡Es Dios! ¡Solo Él puede manejar los elementos a su antojo! ¡Usted lo ha visto! ¡Todos estos infelices que nos insultan lo han visto!- la hermana Urraca adoptó una pose teatral, un éxtasis que a una edad como la suya resultaba un poco afectado- ¡Han podido ver cómo un día alegre y tranquilo se convierte en un castigo contra el orgullo del hombre! ¡Un castigo divino que…!
- ¡Hermana!
Su frenesí fue interrumpido por una de las suyas, que tiró de su manga con tanta fuerza que casi gira cual peonza. Enfadada por la interrupción de su discurso, observó que la razón no era para menos. Mientras ella deliraba frente al policía y las demás formaban círculo a su alrededor como una guardia, no se dieron cuenta de que un punto de la circunferencia se había desvanecido, no uno cualquiera, el que daba mayor luminosidad a un día como ese. La hermana María se había dirigido hacia la baranda del puente, estaba comenzando a subirse a ella, con un equilibrio inestable. Como estaba de frente al precipicio no podían ver su rostro, si lo hubieran hecho comprobarían que poco quedaba de la risueña mueca de las canciones. Sus bonitos ojos celeste con franjas amarillas aparecían sonámbulos. Ella había perdido el control de sí misma y, cualquiera fuera la fuerza que estuviera dentro, la manejaba a su placer. María estaba de pie frente al río Sil, que serpenteaba bastantes metros más abajo con un caudal más bien pobre producto de la sequía. Su postura era estática, la mirada vacía fija en el horizonte. Hacia ella corrían desesperadas sus compañeras, cogiéndose los faldones de a ras de suelo para no caer. Cesaron los pitos y voces. Todos los que se encontraban en el puente estaban mirando a la joven, tan hipnotizados como ella misma.
- Éramos pocos y parió la abuela…- gruñó Bigotones entre dientes mientras se acercaba a la baranda, con un paso bastante más sosegado que el resto.
- ¡Hermana María!- gritó la hermana Urraca conteniendo el pánico- ¡No lo hagas! ¡No, aún no! ¡No ha llegado el momento!
No está bien claro a qué clase de momento se refería la hermana, pero cuando sus compañeras se acercaron junto a ella, ya a la distancia precisa para agarrarla del hábito arrojándola a salvo en el puente, una corriente de aire huracanado surgió desde el precipicio, elevándose al tiempo que ganaba en fuerza y extensión, cuando alcanzó el nivel de la joven se cernió alrededor de ella como un tornado cuyo centro fuese la misma María, las monjas fueron suspendidas por el aire dando varias vueltas concéntricas hasta ser expulsadas de nuevo hacia el puente. En el fondo, era una escena bastante humorística, que recordaba a la de las institutrices en Mary Poppins.
La bella poseída ascendió hasta el centro del remolino, que ya había alcanzado una altura de varios metros sobre el río. Su postura no había cambiado un ápice. De pie como antes, la mirada perdida, estática. Solo el viento la manejaba a voluntad como una bolsa de plástico, hasta llegar a ser el corazón de ese fenómeno natural inexplicable, que unos turistas como aquellos jamás hubieran encontrado de merendola corriente, inmortalizándolo con sus cámaras, porque en ese tiempo todo llevaba cámaras y pocos acontecimientos imprevistos se hubieran quedado sin testigos. También el agente de la ley registraba esas imágenes, pero en su caso para que sirvieran de prueba en busca de refuerzos sin que le tomaran el pelo.
- ¡Atención a todas las unidades!- dijo por su micro- ¡Se ha levantado un huracán sobre el puente del Sil con monja en su interior! ¡Ver para creer!
Las religiosas, una vez levantadas del suelo, se habían reunido al lado de la baranda, haciendo masa común para no salir volando de nuevo. Sus lágrimas sí salían dispersas por su rostro, al igual que las palabras de la oración escapaban brevemente pidiendo que ese sacrificio no fuese aún consumado. Porque eso era lo que significaba para ellas. Y mucho más para la hermana Urraca, que se agarró con firmeza al soporte del puente y observó hacia arriba entornando los ojos, a sabiendas que era imposible que se la oyera.
- ¡Hermana!- chilló casi afónica- ¡No tengas miedo, hermana! ¡Ahora lo entiendo todo! ¡La madre fundadora bien lo supo ver! ¡Nuestro Señor te salvó en ese alud para que pudieras guiarnos! ¡Y ahora Nuestro Señor te lleva para advertirnos que nuestra misión está cerca de su fin! ¡Alabado sea…!
Tanta resistencia no se podía esperar de una anciana como ella aún en un arrebato de fe, por lo que sus manos se resbalaron del metal y salió disparada hacia atrás, retenida por la red de sus jóvenes correligionarias. Aún sin que la hermana María hubiese escuchado sus palabras, al fin comenzaron a notarse cambios en su postura, que ya no era tan tensa, iba relajándose como si fuera una niña mecida en su cuna al tiempo que el huracán se hacía mucho más violento, los excursionistas que ya habían tomado sus recuerdos para mostrarlos en la oficina salían pitando, literalmente, en sus coches rumbo a la tranquilidad del hogar, mientras Bigotones aprovechaba la llegada de los primeros coches patrulla para ponerse a salvo. El cielo se tornó oscuro al punto que la visibilidad era como la de la noche más cerrada. La demostración de furia divina llevó a la congregación a resguardarse también detrás del vehículo policial, desde donde el valeroso agente daba unas palmaditas de cómplice a su compañero.
- ¡Buf!- resopló- En mis veinticinco años de carrera no he tenido otra…
No pudo acabar la frase porque su refugio salió volando como una lata de sardinas para ir a estrellarse al otro lado del puente. De nuevo al descubierto, las monjas chillaron de pánico, pero la hermana Urraca se impuso sobre sus lloros, furiosa.
- ¡Hermanas! ¿Qué es ese temor? ¿Si Dios nos llama a su vera, queréis acaso que os encuentre haciendo pucheritos? ¡Arrepentíos de vuestros pecados! ¡Arrepentíos!
La redecilla de la hermana María salió volando, revelando una cabellera rubia en todo su esplendor, rodeando su cabeza como en sustitución de ese sol que se había batido en cobarde retirada. Una estrella del firmamento, tan fugaz que en milésimas de segundo ya no estaría allí. Un único rayo surcó solitario y veloz la distancia que le separaba de las nubes para consumirla por completo. Para las hermanas, fue visto y no visto. Cayó, y sencillamente la hermana María ya no estaba allí. No quedaba nada de ella. Ni siquiera sus cenizas. La hermana Urraca lloró también, pero esta vez de alegría, con las palmas y la visión extendidas al cielo.
- ¡Se la ha llevado!- declaró con una voz quebrada que se negaba a salir- ¡Es un milagro! ¡Aleluya! ¡Rezad, rezad hermanas! ¡El fin está cerca!
Y todas elevaron a la vez sus manos hacia unas alturas que parecían querer calmarse satisfecho ya su sacrificio.
- ¡Aleluya!- repitieron- ¡El fin está cerca! ¡Glory, glory, aleluya!

3 comentarios:

Unknown dijo...

Interesante... los comienzos de historia con autobus en tus novelas son ya tan recurrentes y clasicos como lo fueron en su dia :

Las estructuras rotas de TARANTINO, los finales insipidos con musica jazz de WOODY ALLEN o la musica de JOHN WILLIAMS en las trilogias galacticas, heroes voladores y las del latigo en mano.

We want more.....

Luis dijo...

pues sí. que me den un autobús con gente dentro, y ya no necesito más.

Hopewell dijo...

Ya está!!!
He tardado pero es que leer en la pantalla del ordeandor me agobia un poco. Prefiero el anticuado pero romántico libro.
En fin, que a ver que nos depara el proximo capitulo.
Eso sí, no me ha parecido literatura juvenil, sino adulta.
FELIZ 25!!!! (por el culo te la...)