PRÓLOGO
¿Cómo será el mundo dentro de cuarenta años? La verdad, no tengo ni idea. Pero dudo que se parezca al de los Abrasadores. Como escritor amante de la comodidad y poco dado a documentaciones que soy, no me hubiera planteado el localizar una novela, ¡peor!, una serie de ellas, en el futuro. Lo hago solo por tres razones. La principal debe mantenerse a recaudo. La segunda, algunos aspectos quedan bastante ridículos vistos en la actualidad. La tercera, necesitaba un ambiente de peligro, catástrofe, casi apocalíptico, algo que explicaré más adelante. Todos estos argumentos se condensan en uno: me importa un pimiento el que desde el punto de vista político, científico o como se mire sea verosímil esa realidad. Los cuentos suelen ser parcos en detalles. Podría rastrear enciclopedias y todas las páginas web de aquí a la eternidad. Paso. Importa la aventura, el resto se amolda bien. ¿O acaso alguien se pregunta si los humanos de La guerra de las galaxias deberían ahogarse o no por la falta de oxígeno? Pues eso.
Esta es una historia épica. Y estos pequeños héroes necesitan un reto a su medida. Cada día los medios de comunicación nos alertan sobre el riesgo del cambio climático, de manera más o menos seria o sensacionalista según se mire, a mi juicio no siempre con el rigor que se debiera. Para el que le interese el tema lamento decir que las catástrofes naturales que suceden en Los Abrasadores no tienen este origen, pero sí la idea del miedo generalizado. El fin del mundo es un recurso tópico en cualquier aventura. Mira que nos lo llevan anunciando desde hace mil años, y que no cae. Posiblemente tampoco dentro de cuarenta, pero vaya, lo que importa es que este planeta esté una vez más en manos de sus poco probables salvadores.
¿Una locura? Por supuesto. Los Abrasadores no esconde nada. Hay algo que sí es real, y son los nombres tanto de sus protagonistas como de varios personajes, lo hayan querido o no. Porque había que conservar esa base, que no es otra que las aventuras que los cuatro primos Prieto corrieron allá por esos noventa que resultan tan lejanos ya, muchas veces en compañía de amigos y el resto de su familia. De ahí se pasó a la ficción, nuestra joven musa quiso llevarnos de esas inocentes correrías leonesas a otras de fantasía, en las que nos imaginábamos protagonizando escenas sacadas del ocio de nuestra infancia, adolescencia y aún del presente. Películas de aventuras de los ochenta y noventa, videojuegos, juegos de rol… Cualquier ambiente rutinario no lo era. Detrás de un garaje podía ocultarse un tesoro. Una vecina de la tercera edad resultaba más peligrosa que un ejército de hunos.
Nos evadíamos… Tal y como yo hago ahora regresando a mis tiernos días, dejo todas mis preocupaciones y al tiempo trato de modelar a ese yo de diez años menos, para que no cometa los mismos errores que yo cometí, en un juego de espejos en el que nunca se qué personalidad lleva la voz cantante. Pero que nadie se asuste. Aquí no importa la psicología, solo divertirse. ¿No es esto acaso más que, vaya, cómo definirlo?
Ya habrá quien lo clasifique, no seré yo quien lo haga. Una etiqueta fácil sería de literatura infantil y juvenil, pero llegarían pronto los maestros y las voces de la moral para advertir que estos chavales, por muy héroes que sean, no siempre se comportan como piden los libros de estilo. Cierto, pero tampoco los personajes adultos lo hacen. Pero lo que más les molestaría a esas mentes cerradas sería reconocerse como los malos de la película. ¡Qué le vamos a hacer! No podía traicionarnos. Desde aquí mi apoyo al colectivo de maestros en su difícil tarea, y espero que no se sientan ofendidos por la peculiar visión que de su oficio se da en los libros. Sí, entre los profesores incluyo a las monjas. Y ellos decidirán a fin de cuentas si la obrita es didáctica y merece la pena dar la tabarra con ella a los chavales, aún a riesgo de hacer que sea aborrecida, que es lo que a mí casi me pasó con El hobbit. Hombre, vendería más ejemplares, pero también lo haría si rebautizara el personaje de Tis como Jaky Cloudhunter, y no estoy dispuesto. Vale, al personaje de Car habría que buscarle otro nombre. Para el que no lo sepa, Car en inglés significa coche. ¿Cuántas heroínas conocéis que se llamen coche?
En fin, basta de andarse por las ramas. Es lo malo de los prólogos. No se para qué los hago. Si dicen que un gran prólogo atrae a la lectura, aquí ya he ahuyentado a la mitad. ¡En serio, quedaos! Pasen y vean el espectáculo. Como esos críos que éramos al sentarnos en la butaca a ver los Spielberg, Lucas y Disney de turno. Habrá quien vomite al oír esos tres nombres juntos, en fin, dispongan las palomitas y no se preocupen de las pausas para ir al baño. El libro se parará para ustedes. Si les gusta, que sepan que igual hay siete más.
A optimismo nadie gana a los de León.
Madrid, 12 de enero de 2006
lunes, octubre 09, 2006
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1 comentario:
Pues a mi me ha parecido un buen prólogo.
¿Los humanos deberían ahogarse por falta de oxígeno en Star Wars? ¡Maldito Lucas! ¡Llevas años engañándonos con tu fabula galáctica!!!!
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