Antes de nada, dar la bienvenida al universo blog a mi delegado, compañero y amigo Edgar, con su:
Como en los viejos tiempos, voy a colgar un trozo de lo que estoy escribiendo, no el capítulo entero porque es muy largo, solo un par de extractos. Si tenéis la paciencia de leerlo, espero que os guste, por Libia.
Maristas.
Los dos chavales bajaron a grandes trancos la rampa empedrada que conducía al patio principal de su colegio. Aquella mañana, la temperatura parecía marcar un nuevo máximo histórico, pese a que eran solo las nueve menos cuarto. Las canchas de futbito y baloncesto se mostraban desoladas, y en lo alto del edificio refulgían brillantes los paneles solares que habían instalado el verano anterior de cara, principalmente, a aprovechar su energía para mantener las aulas refrigeradas.
Tis apenas podía seguir el ritmo de su acompañante, conocido como Ludwig por sus pocos amigos, y como Luis Gaveston por sus familiares y el resto del mundo.
- ¡Pisa el freno, tronco!- le suplicó, con la voz entrecortada por los jadeos. Se sentía incómodo y sucio, con un par de círculos húmedos bajo las axilas, provocados por el sudor, como un estigma que iba a acompañarle en la última jornada del curso.
- Vamos tarde- le recordó Ludwig- Nos darán con la puerta en las narices y luego nos cazará el Oso. Ya sabes que no puede verme. Aunque el sentimiento es mutuo.
- Nos va a cazar de todos modos, así que relaja. Que aquí no todos estamos tan atléticos como tú.
- Podrías estarlo si quisieras- replicó Ludwig con una sonrisa. Él no estaba tan afectado por el bochorno porque iba bastante más ligero de ropa, llevaba una camiseta sin mangas, bermudas y sandalias. Al mirarle, Tis sufría por adelantado los comentarios que se iban a producir cuando entrara con él en clase.
- Bueno, no me extraña que no quieras verlo. Con esa pinta creo que te va a mandar de vuelta a casa con una patada en el culo.
La sociedad avanzaba, pero los hermanos Maristas seguían siendo muy estrictos en cuanto al vestuario de sus pupilos.
- Me trae al pairo. Es el último día de clase. Luego que me quede alguna para junio o septiembre, me da igual. Adiós curas, adiós normas morales, adiós.
- Sí, pero aún nos quedan dos años más en este tugurio.
- Si no nos secuestran antes.
- ¡Ludwig!- gruñó Tis, que no quería bromear con ese tema- ¿Sabes? Ya se por qué estás de ese humor. Yo también leo noticias por Internet.
- ¿Sí?- murmuró su amigo, fríamente- Pensaba que solo estabas abonado a la página de Sin Wom.
- Es por lo de tu abuelo. A mí también me llegó el mail de Panero. Mira, yo no se qué pensar, la verdad. Tu abuelo me odia. No, espera. Nos odia. A Car, a Juan, a Espe y a mí. Pero no por eso deja de ser tu abuelo.
- ¡Ahora no quiero hablar de eso!- exclamó Ludwig, al tiempo que entraban en el hall principal y pudieron agradecer su oscuridad, la notable diferencia térmica frente al exterior que abandonaban.
Tis trató, en pocos segundos, de hallar algún tema frívolo con el que cortar ese conato de agria conversación, y se fijó entonces en que, por muy sudoroso que estuviera, Ludwig siempre olía a perfume. Un factor muy a tener en cuenta ahora que afrontaba el último obstáculo físico, las escaleras de acceso a su pasillo.
- Oye, ¿me puedes dejar un poco de tu colonia?
Su amigo se paró unos instantes en un escalón, desconcertado.
- ¿Para qué puñetas quieres mi colonia?
- Porque huelo a rayos. ¿Quieres estar aspirándome durante cinco horas?
- No me importa.
- Un poquito…
- ¡Que no! Para que encima huelas como yo. Si ya se creen que estamos liados, entonces ni te cuento.
- Venga, no seas rata. Por cierto, ¿es de hombre o de mujer?
- ¡Vete a la mierda! Esta colonia es de contrabando, me la trajo un soldado a cargo de mi abuelo, con gran riesgo para ambos.
Al fin habían llegado al corredor donde se encontraba su aula, cuya puerta ya debía encontrarse cerrada, pues al fondo del mismo se vislumbraba una figura apoyada en la pared. Pese a la falta de luz, dedujeron que sería, como ellos, un alumno que llegaba tarde al momento de la oración, que en aquel colegio era, nunca mejor dicho, sagrado.
- ¡Vamos, hombre! No puedo parecer un guarro. Hoy al menos no. Ya sabes por qué.
El guiño de complicidad que le hizo a Ludwig sirvió en poco para apaciguarle, antes bien el efecto contrario. Su amigo se paró en seco, libre de una prisa que ya no tenía sentido, y miró fijamente a Tis a través de unas gafas de sol que aún no se había quitado, como si los cristales filtraran los rayos fulminantes que le estaba enviando. Al fondo, el compañero tardón volvió el rostro hacia ellos, quien sabe si por aburrimiento o afán de cotilleo.
- Así que quieres MI colonia para tu amorcito- le espetó Ludwig- Mira, si quieres te la dejo cuando de verdad vayas a ligar con alguien. No cuando solo vayas intentarlo.
Tis no pudo replicar, Ludwig se había dado la vuelta para alejarse hacia el aula, y el resentimiento hacia su amigo se diluyó al mismo instante en el que se acercaba hacia la tercera figura del pasillo, un chico de figura lo bastante característica como para ser reconocido con facilidad. Llevaba una camiseta rota, gafas de pasta, el pelo revuelto y sobre todo lucía un rostro inconfundible, con sendos mofletes hinchados que lucían marcas de acné, los cuales le otorgaron motes como los de Hogaza o Hamburguesa. Era Norberto Panero, el rojillo oficial de la clase. Ludwig se fue directo hacia él, y Tis pensó por un momento en frenarle, creyendo que le tumbaría sin más de un puñetazo. Los chavales se reían de él a sus espaldas por algunas maneras femeninas, que él tampoco exageraba sino que eran producto más bien de una naturaleza sensible; pero pocos lo hacían de frente, porque repartiendo sopapos y patadas no era nada suave.
Panero le vio venir sin inmutarse. Su rostro representaba una variada simbología. Por un lado, expresaba cierta ternura, como la que se tiene por un chucho desamparado. Por el otro, podía adoptar una mueca de desagradable altivez, como si se encontrara a una escala bastante superior que el destinatario de su mirada. En ese caso, Panero optó por la segunda opción, la que mayor perjuicio podría causarle.
- Panero, quiero que dejes de enviar esos correos con basura sobre mi abuelo- le exigió, nada más llegar hasta su altura.
El otro no dijo nada durante unos segundos, para luego responder con su habitual parsimonia.
- Tu abuelo es un fascista, Gaveston. Tú no tienes la culpa, pero la gente tiene que saberlo. En este país aún queda un poco de libertad de expresión, mal que les pese tanto a tu abuelo como, sobre todo, a tu hermano.
Todo arde si se la aplica la chispa adecuada, era la estrofa que recordaba Tis de una vieja canción que les ponían sus padres. Y Ludwig era lo que necesitaba. Agarró al joven por la pechera de su raída camiseta, pero él siguió sin reaccionar, aunque le mantenía la mirada sin amilanarse.
- ¡Ludwig, no!- dijo Tis, mientras trataba de abarcar sus anchas espaldas con los brazos. Al hacerlo, sentía el endurecimiento de sus músculos, como en las clases de kárate. Y no era una postura que le agradara.
- No es mi hermano- exclamó Ludwig, tan cerca de él que le estaba escupiendo- ÉL no es mi hermano. Confío en que te quede claro.
La distensión llegó merced al momento que ya andaban temiendo desde antes de entrar al colegio.
- ¡Hijos!- resonó una cavernosa voz a la entrada del pasillo, mientras un personaje algo cargado de espaldas se iba acercando. Era el hermano Tomás, alias el Oso entre otros apodos, alguien que, pese a no ser el director de la escuela, ni su fundador, ni siquiera daba clase ya, era la leyenda viva más importante del colegio. Algo anciano pero con un vigor aún profundamente osuno, calvo y de gafillas ligeras, era tan temido dentro del centro como admirado fuera de él. Y, allá donde fuera, siempre imponía el respeto, por lo que la agarrada entre los tres se disolvió para colocarse mansamente frente a él.
- ¡Hijos míos! ¿No conocéis el dicho de que Hasta el rabo todo es toro? ¡Hasta el rabo todo es toro!- mientras les recordaba el refrán, el hermano apretó uno de los mofletes de Tis con su garra, hasta dejarlo colorado- ¡Pues hasta el último día de clase hay que dar ejemplo! ¿De qué sirve que hayan inventado robots si no sabéis poner un maldito despertador?
- Lo sentimos, hermano- se disculpó Tis, no fuera que volviera a tomarla con él.
- Si es que estos jóvenes de hoy yo ya ni se de qué pasta estáis hechos. A ver, tú- dijo, señalando a Panero- ¿A qué deporte juegas?
- A baloncesto, hermano- contestó, en tono neutro.
- ¡Baloncesto!- repitió Tomás con un gruñido- ¿Y ese es un deporte de hombres? ¡Es un deporte de barriobajeros!
El dedo acusador del hermano pasó sobre Ludwig, pero no se paró en él. Le ignoró. Lo cual era una verdadera ironía, porque el joven era el más deportista, con diferencia, de los tres. Medía uno ochenta, diez centímetros más que Tis, y aparte de la fuerza que Panero ya había sufrido tenía un rostro de carpeta de colegiala de quince años, la misma edad que ellos, con su media melena rubia y los ojos almendrados.
- ¿Y tú?- inquirió a Tis.
- Yo, ejem… Kárate. Voy a kárate.
- ¿Y eso qué es, me quieres hablar en cristiano?- bramó el Oso- Esto es increíble. El único deporte de hombres es el balonmano, no me cansaré de repetirlo.
- Y soy cinturón amarillo ya… - susurró Tis en voz baja, sin que el hermano, algo tapia, pudiera percibirlo.
- En fin, entremos. Habéis tenido suerte, hoy no os voy a castigar, porque doy yo el momento de la oración.
El desayuno de los chicos les pesó como una losa en el estómago. Su tutor era don Hipólito Maestre, aunque de vez en cuando Tomás se pasaba a echarles una filípica que a menudo se terminaba convirtiendo en una especie de advertencia ante la venida del Apocalipsis a la vuelta de la esquina.
- Hoy vamos a contemplar un testimonio impactante, hijos- aclaró el hermano- No sin muchas dificultades, el hermano David ha conseguido contactar con nosotros de manera holográfica, para así hablarnos de la difícil labor que está desarrollando en el Amazonas.
Luego la jornada, que había comenzado con violencia, iba derivando hacia el surrealismo, ya que si dentro del colegio algún hermano podía hacer sombra a Tomás en cuanto a peculiaridad, ese era David. Faltaba aún un tercer vértice en el triángulo, que Tis descubrió nada más abrir la puerta para entrar. En la esquina, cruzado de brazos sobre su mesa con resignación, como hombre consciente de que debe ceder por momentos su protagonismo, estaba su tutor y profesor de Historia y Geografía, don Hipólito Maestre. Al verle, lo primero que comprobó Tis fue si el aula estaba lo bastante fresca como para que Hipólito hubiera adoptado su buque insignia de los comienzos y despedidas de curso: un jersey rosa, de tela fina y brillante color, con el que les había sorprendido allá hacia mediados de septiembre del pasado año. Solo que en un día como aquel parecía sacado de contexto. Tanto la figura como la actitud de Hipólito solía estar llena de contradicciones. Era un hombre de mediana edad, aspecto serio y voz muy grave. Alto, delgado, calvo, su rostro era blanco fácil de las caricaturas, con el cráneo lirondo, sus gafas y un bigote que durante los meses de invierno podía extenderse a barba moteada de canas. Pese a todo, su indumentaria era juvenil, con el jersey rosa y vaqueros desteñidos. Y bajo su apariencia inflexible ocultaba mucha guasa. Hipólito les miró con impaciencia, tras el momento de la oración le tocaba a él dar clase y por tanto quería ventilarlo con ligereza.
Sin embargo, y según la predicción de Tis, cuando Ludwig se disponía a entrar notó él también la zarpa del plantígrado, sobre su hombro medio desnudo.
- ¡Tú!- aulló Tomás- ¿Dónde te crees que vas con esos trapitos encima? ¿Es que compras la ropa al peso?
- Es una camiseta sin mangas, hermano- se limitó a informar Ludwig, con una tranquilidad que llevó al religioso a un estado de enajenación mental.
- ¡Increíble! ¡Increíble! ¡Esto es el colmo de la ingratitud! ¡Tus padres te abandonan, un hombre patriota y decente como el general te cría, se encarga de enviarte a un colegio de prestigio, y tú se lo agradeces saliendo a la calle vestido como un mamarracho! ¡Pobre hombre!
Ludwig no se amedrentó.
- Procuro que mi abuelo no me vea mientras me visto, hermano- comentó, para luego dirigirse hacia su asiento, entre los guiños, besitos y muecas que le enviaban al resto de compañeros.
Los dos chavales bajaron a grandes trancos la rampa empedrada que conducía al patio principal de su colegio. Aquella mañana, la temperatura parecía marcar un nuevo máximo histórico, pese a que eran solo las nueve menos cuarto. Las canchas de futbito y baloncesto se mostraban desoladas, y en lo alto del edificio refulgían brillantes los paneles solares que habían instalado el verano anterior de cara, principalmente, a aprovechar su energía para mantener las aulas refrigeradas.
Tis apenas podía seguir el ritmo de su acompañante, conocido como Ludwig por sus pocos amigos, y como Luis Gaveston por sus familiares y el resto del mundo.
- ¡Pisa el freno, tronco!- le suplicó, con la voz entrecortada por los jadeos. Se sentía incómodo y sucio, con un par de círculos húmedos bajo las axilas, provocados por el sudor, como un estigma que iba a acompañarle en la última jornada del curso.
- Vamos tarde- le recordó Ludwig- Nos darán con la puerta en las narices y luego nos cazará el Oso. Ya sabes que no puede verme. Aunque el sentimiento es mutuo.
- Nos va a cazar de todos modos, así que relaja. Que aquí no todos estamos tan atléticos como tú.
- Podrías estarlo si quisieras- replicó Ludwig con una sonrisa. Él no estaba tan afectado por el bochorno porque iba bastante más ligero de ropa, llevaba una camiseta sin mangas, bermudas y sandalias. Al mirarle, Tis sufría por adelantado los comentarios que se iban a producir cuando entrara con él en clase.
- Bueno, no me extraña que no quieras verlo. Con esa pinta creo que te va a mandar de vuelta a casa con una patada en el culo.
La sociedad avanzaba, pero los hermanos Maristas seguían siendo muy estrictos en cuanto al vestuario de sus pupilos.
- Me trae al pairo. Es el último día de clase. Luego que me quede alguna para junio o septiembre, me da igual. Adiós curas, adiós normas morales, adiós.
- Sí, pero aún nos quedan dos años más en este tugurio.
- Si no nos secuestran antes.
- ¡Ludwig!- gruñó Tis, que no quería bromear con ese tema- ¿Sabes? Ya se por qué estás de ese humor. Yo también leo noticias por Internet.
- ¿Sí?- murmuró su amigo, fríamente- Pensaba que solo estabas abonado a la página de Sin Wom.
- Es por lo de tu abuelo. A mí también me llegó el mail de Panero. Mira, yo no se qué pensar, la verdad. Tu abuelo me odia. No, espera. Nos odia. A Car, a Juan, a Espe y a mí. Pero no por eso deja de ser tu abuelo.
- ¡Ahora no quiero hablar de eso!- exclamó Ludwig, al tiempo que entraban en el hall principal y pudieron agradecer su oscuridad, la notable diferencia térmica frente al exterior que abandonaban.
Tis trató, en pocos segundos, de hallar algún tema frívolo con el que cortar ese conato de agria conversación, y se fijó entonces en que, por muy sudoroso que estuviera, Ludwig siempre olía a perfume. Un factor muy a tener en cuenta ahora que afrontaba el último obstáculo físico, las escaleras de acceso a su pasillo.
- Oye, ¿me puedes dejar un poco de tu colonia?
Su amigo se paró unos instantes en un escalón, desconcertado.
- ¿Para qué puñetas quieres mi colonia?
- Porque huelo a rayos. ¿Quieres estar aspirándome durante cinco horas?
- No me importa.
- Un poquito…
- ¡Que no! Para que encima huelas como yo. Si ya se creen que estamos liados, entonces ni te cuento.
- Venga, no seas rata. Por cierto, ¿es de hombre o de mujer?
- ¡Vete a la mierda! Esta colonia es de contrabando, me la trajo un soldado a cargo de mi abuelo, con gran riesgo para ambos.
Al fin habían llegado al corredor donde se encontraba su aula, cuya puerta ya debía encontrarse cerrada, pues al fondo del mismo se vislumbraba una figura apoyada en la pared. Pese a la falta de luz, dedujeron que sería, como ellos, un alumno que llegaba tarde al momento de la oración, que en aquel colegio era, nunca mejor dicho, sagrado.
- ¡Vamos, hombre! No puedo parecer un guarro. Hoy al menos no. Ya sabes por qué.
El guiño de complicidad que le hizo a Ludwig sirvió en poco para apaciguarle, antes bien el efecto contrario. Su amigo se paró en seco, libre de una prisa que ya no tenía sentido, y miró fijamente a Tis a través de unas gafas de sol que aún no se había quitado, como si los cristales filtraran los rayos fulminantes que le estaba enviando. Al fondo, el compañero tardón volvió el rostro hacia ellos, quien sabe si por aburrimiento o afán de cotilleo.
- Así que quieres MI colonia para tu amorcito- le espetó Ludwig- Mira, si quieres te la dejo cuando de verdad vayas a ligar con alguien. No cuando solo vayas intentarlo.
Tis no pudo replicar, Ludwig se había dado la vuelta para alejarse hacia el aula, y el resentimiento hacia su amigo se diluyó al mismo instante en el que se acercaba hacia la tercera figura del pasillo, un chico de figura lo bastante característica como para ser reconocido con facilidad. Llevaba una camiseta rota, gafas de pasta, el pelo revuelto y sobre todo lucía un rostro inconfundible, con sendos mofletes hinchados que lucían marcas de acné, los cuales le otorgaron motes como los de Hogaza o Hamburguesa. Era Norberto Panero, el rojillo oficial de la clase. Ludwig se fue directo hacia él, y Tis pensó por un momento en frenarle, creyendo que le tumbaría sin más de un puñetazo. Los chavales se reían de él a sus espaldas por algunas maneras femeninas, que él tampoco exageraba sino que eran producto más bien de una naturaleza sensible; pero pocos lo hacían de frente, porque repartiendo sopapos y patadas no era nada suave.
Panero le vio venir sin inmutarse. Su rostro representaba una variada simbología. Por un lado, expresaba cierta ternura, como la que se tiene por un chucho desamparado. Por el otro, podía adoptar una mueca de desagradable altivez, como si se encontrara a una escala bastante superior que el destinatario de su mirada. En ese caso, Panero optó por la segunda opción, la que mayor perjuicio podría causarle.
- Panero, quiero que dejes de enviar esos correos con basura sobre mi abuelo- le exigió, nada más llegar hasta su altura.
El otro no dijo nada durante unos segundos, para luego responder con su habitual parsimonia.
- Tu abuelo es un fascista, Gaveston. Tú no tienes la culpa, pero la gente tiene que saberlo. En este país aún queda un poco de libertad de expresión, mal que les pese tanto a tu abuelo como, sobre todo, a tu hermano.
Todo arde si se la aplica la chispa adecuada, era la estrofa que recordaba Tis de una vieja canción que les ponían sus padres. Y Ludwig era lo que necesitaba. Agarró al joven por la pechera de su raída camiseta, pero él siguió sin reaccionar, aunque le mantenía la mirada sin amilanarse.
- ¡Ludwig, no!- dijo Tis, mientras trataba de abarcar sus anchas espaldas con los brazos. Al hacerlo, sentía el endurecimiento de sus músculos, como en las clases de kárate. Y no era una postura que le agradara.
- No es mi hermano- exclamó Ludwig, tan cerca de él que le estaba escupiendo- ÉL no es mi hermano. Confío en que te quede claro.
La distensión llegó merced al momento que ya andaban temiendo desde antes de entrar al colegio.
- ¡Hijos!- resonó una cavernosa voz a la entrada del pasillo, mientras un personaje algo cargado de espaldas se iba acercando. Era el hermano Tomás, alias el Oso entre otros apodos, alguien que, pese a no ser el director de la escuela, ni su fundador, ni siquiera daba clase ya, era la leyenda viva más importante del colegio. Algo anciano pero con un vigor aún profundamente osuno, calvo y de gafillas ligeras, era tan temido dentro del centro como admirado fuera de él. Y, allá donde fuera, siempre imponía el respeto, por lo que la agarrada entre los tres se disolvió para colocarse mansamente frente a él.
- ¡Hijos míos! ¿No conocéis el dicho de que Hasta el rabo todo es toro? ¡Hasta el rabo todo es toro!- mientras les recordaba el refrán, el hermano apretó uno de los mofletes de Tis con su garra, hasta dejarlo colorado- ¡Pues hasta el último día de clase hay que dar ejemplo! ¿De qué sirve que hayan inventado robots si no sabéis poner un maldito despertador?
- Lo sentimos, hermano- se disculpó Tis, no fuera que volviera a tomarla con él.
- Si es que estos jóvenes de hoy yo ya ni se de qué pasta estáis hechos. A ver, tú- dijo, señalando a Panero- ¿A qué deporte juegas?
- A baloncesto, hermano- contestó, en tono neutro.
- ¡Baloncesto!- repitió Tomás con un gruñido- ¿Y ese es un deporte de hombres? ¡Es un deporte de barriobajeros!
El dedo acusador del hermano pasó sobre Ludwig, pero no se paró en él. Le ignoró. Lo cual era una verdadera ironía, porque el joven era el más deportista, con diferencia, de los tres. Medía uno ochenta, diez centímetros más que Tis, y aparte de la fuerza que Panero ya había sufrido tenía un rostro de carpeta de colegiala de quince años, la misma edad que ellos, con su media melena rubia y los ojos almendrados.
- ¿Y tú?- inquirió a Tis.
- Yo, ejem… Kárate. Voy a kárate.
- ¿Y eso qué es, me quieres hablar en cristiano?- bramó el Oso- Esto es increíble. El único deporte de hombres es el balonmano, no me cansaré de repetirlo.
- Y soy cinturón amarillo ya… - susurró Tis en voz baja, sin que el hermano, algo tapia, pudiera percibirlo.
- En fin, entremos. Habéis tenido suerte, hoy no os voy a castigar, porque doy yo el momento de la oración.
El desayuno de los chicos les pesó como una losa en el estómago. Su tutor era don Hipólito Maestre, aunque de vez en cuando Tomás se pasaba a echarles una filípica que a menudo se terminaba convirtiendo en una especie de advertencia ante la venida del Apocalipsis a la vuelta de la esquina.
- Hoy vamos a contemplar un testimonio impactante, hijos- aclaró el hermano- No sin muchas dificultades, el hermano David ha conseguido contactar con nosotros de manera holográfica, para así hablarnos de la difícil labor que está desarrollando en el Amazonas.
Luego la jornada, que había comenzado con violencia, iba derivando hacia el surrealismo, ya que si dentro del colegio algún hermano podía hacer sombra a Tomás en cuanto a peculiaridad, ese era David. Faltaba aún un tercer vértice en el triángulo, que Tis descubrió nada más abrir la puerta para entrar. En la esquina, cruzado de brazos sobre su mesa con resignación, como hombre consciente de que debe ceder por momentos su protagonismo, estaba su tutor y profesor de Historia y Geografía, don Hipólito Maestre. Al verle, lo primero que comprobó Tis fue si el aula estaba lo bastante fresca como para que Hipólito hubiera adoptado su buque insignia de los comienzos y despedidas de curso: un jersey rosa, de tela fina y brillante color, con el que les había sorprendido allá hacia mediados de septiembre del pasado año. Solo que en un día como aquel parecía sacado de contexto. Tanto la figura como la actitud de Hipólito solía estar llena de contradicciones. Era un hombre de mediana edad, aspecto serio y voz muy grave. Alto, delgado, calvo, su rostro era blanco fácil de las caricaturas, con el cráneo lirondo, sus gafas y un bigote que durante los meses de invierno podía extenderse a barba moteada de canas. Pese a todo, su indumentaria era juvenil, con el jersey rosa y vaqueros desteñidos. Y bajo su apariencia inflexible ocultaba mucha guasa. Hipólito les miró con impaciencia, tras el momento de la oración le tocaba a él dar clase y por tanto quería ventilarlo con ligereza.
Sin embargo, y según la predicción de Tis, cuando Ludwig se disponía a entrar notó él también la zarpa del plantígrado, sobre su hombro medio desnudo.
- ¡Tú!- aulló Tomás- ¿Dónde te crees que vas con esos trapitos encima? ¿Es que compras la ropa al peso?
- Es una camiseta sin mangas, hermano- se limitó a informar Ludwig, con una tranquilidad que llevó al religioso a un estado de enajenación mental.
- ¡Increíble! ¡Increíble! ¡Esto es el colmo de la ingratitud! ¡Tus padres te abandonan, un hombre patriota y decente como el general te cría, se encarga de enviarte a un colegio de prestigio, y tú se lo agradeces saliendo a la calle vestido como un mamarracho! ¡Pobre hombre!
Ludwig no se amedrentó.
- Procuro que mi abuelo no me vea mientras me visto, hermano- comentó, para luego dirigirse hacia su asiento, entre los guiños, besitos y muecas que le enviaban al resto de compañeros.
3 comentarios:
Como siempre, me parece muy bien escrito pero tal vez demasiado autobiografico?
No se, como todo eso lo he vivido, pues no se si no soy objetivo y en realidad es muy interesante para otros.
Paco
Ese es el eterno dilema de los Abrasadores. ¿Serán algunos trozos, demasiado personales, interesantes para el público en general? Ha habido reacciones para todos los gustos. Gente ajena se ha mostrado entusiasmada, otros no... Yo queria colgar el siguiente capítulo, el del kárate, que tiene más acción y ya salen los Abrasadores, pero todo lleva un orden.
Yo lo tengo claro, desde luego. La marca personal es lo que me lleva a escribir esto. Un ejercicio de homenaje, y también de psicoanálisis del pasado. Tendrá que haber un equilibrio, para que tampoco se conviertan en unas meras memorias, pero yo no voy a renunciar a ello. Si qisiera hacer algo impersonal para ganar pasta, ya me habría puesto a la labor de juntar retales de best seller juveniles varios. No es ese mi cometido.
Y, una vez más, ¡gracias por leerlo tan rápido y comentarlo!
ser fiel a uno mismo y recibir criticas son dos elementos consustanciales al exito final. Suerte!
paco
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