lunes, julio 21, 2008

Al fin.

Con dos días de antelación sobre lo previsto retomé la novela inicial de Los Abrasadores. Y lo hago con el fin de mejorarla de cara a una posible comercialización, si no para qué perder el tiempo cuando tengo tantos otros proyectos donde elegir. He tratado de tener en cuenta todas vuestras sugerencias respecto a la misma, aunque reconozco que este libro es un tanto radical, para bien o para mal. Si queréis tener la prueba de que ya me he puesto en este mi verdadero trabajo, aquí van las primeras páginas, que introducen a un personaje llegado de otros lares...

I. Ponferrada.

Cuando sientas que tu hermano
necesita de tu amor,
no le cierres las entrañas
ni el calor del corazón.
Busca pronto en tu recuerdo
la Palabra del Señor:
Mi Ley es el Amor.

Glory, glory, aleluya,
Glory, glory, aleluya,
Glory, glory aleluya
en el nombre del Señor.

- ¡Maravilloso, querida!- exclamó Patricia Ortol mientras daba tres o cuatro aplausos- ¿Crees que lo podrás repetir así de bien para cuando grabemos?
La joven religiosa sonrió con timidez.
- No ha sido nada…- comentó por lo bajo.
- Ya lo creo que sí ha sido- Patricia casi se abalanzó sobre el asiento de la hermana, formando un imaginario encuadre de cámara entre sus dedos- Apenas puedo verte la cara y aún así… ¡Qué telegenia!
La reportera acercó sus labios inflados hasta el oído de la monja, taponado por un grueso hábito de esparto.
- Entre tú y yo, como mujeres jóvenes y guapas que somos… Creo que eres la única del autobús que dará bien en pantalla. ¡Serás la envidia de tus compañeras!
La joven se encogió de hombros con dulzura.
- No lo creo. En nosotras no entra la vanidad, que es uno de los más terribles pecados. Ver la televisión es otro, así que…
Patricia se enderezó con una mueca de desagrado. Odiaba su programa. Odiaba España puerta a puerta. Y, sobre todo, odiaba con todas sus fuerzas al director del mismo por enviarle a cubrir una misión evangélica. Acostumbrada a reportajes de naturaleza más frívola, no se hacía a la idea de que aquel grupo de mujeres, la mayoría de una edad similar a la suya o incluso menor, estuvieran tapadas de la cabeza a los pies como si se hallaran en ciertos países orientales. La realidad no tardaría en hacerse escuchar, mediante una voz seca, como de lija, que surgió a sus espaldas.
- Señorita Ortol- llamó, con cierto tono de reproche.
Patricia se dio la vuelta para toparse con una religiosa ya casi anciana, a la que había catalogado como la guía espiritual del grupo. Arrugada y flaca, su mirada poseía una dureza intimidatoria.
- ¿Ha conocido ya a la hermana María?- inquirió, en referencia a la joven que estaba cantando con la guitarra.
- ¡Oh, sí!- afirmó Patricia- ¿No es adorable?
La hermana Urraca asintió con orgullo, aunque no era ese el adjetivo que ella hubiera escogido.
- Es nuestra joya- exclamó, observando cómo María continuaba con el himno, generando unas ondas suaves de voz que rebotaban contra las ventanillas del auto invitando a todas al júbilo y al canto- Nuestra amadísima Madre Fundadora gusta de referirse a ella como su milagro particular. No es para menos. Precioso es su salmo. Y ella misma es hermosura. Como profesional de la imagen que es usted, supongo que preferirá quedarse con su envoltura exterior, pero es su alma lo que no va corromperse. ¿Ha leído usted a Garcilaso de la Vega?
A Patricia ese nombre le sonaba a viejo, rebuscó en su memoria pero ella jamás había leído un solo libro de las clases de Literatura. Tenía a empollones que lo hacían por ella a cambio de falsas ilusiones amorosas.
- ¡Sí, claro!- Patricia trató de adoptar un tono solemne- En un lugar de La Mancha…
Urraca pasó por alto el lapsus, luciendo una de sus infrecuentes sonrisas.
- En tanto que de rosa y azucena
se muestra la color en vuestro gesto…
Todo lo muda la edad. Todo lo marchita el viento. María será vieja y fea, como yo. Pero por dentro seguirá resplandeciendo. No se deje engañar por su aparente fragilidad, señorita Ortol. La flor que florece en la adversidad es la más rara y bella flor de todas. Y de eso María sabe mucho.
Pero Patricia tenía otras preguntas más prosaicas. Observó a María con más detenimiento. El famoso soneto de antes, desconocido para ella, podría ejemplificar muy bien a la joven, el ideal renacentista de belleza era el suyo propio. A través de la rendija de su rígido hábito, asomaba una cara infantil, blanca como la pureza que irradiaba. Calor tan solo en sus mejillas, y en los rayos de sol que parecían algunos de sus cabellos rebeldes escapando de la redecilla.
- Para muchos, una lástima que haya tomado este camino- dijo Patricia, aunque al momento se arrepintió de haber pensado en voz alta. Urraca no se lo reprochó.
- Sin duda,- replicó- para aquellos que dieran a su cuerpo el mismo valor que se le otorga a las tripas del embutido una vez deglutidas. Pero ella es una elegida. Le puedo asegurar que no hay una vocación más pura y menos forzada que la de ella aquí mismo, y me incluyo. Respecto a su aspecto físico, es su cárcel. Fíjese en usted misma, por ejemplo.
- ¿Yo?- preguntó Patricia, suponiendo que ya había pasado demasiado tiempo con la vieja chiflada como para que no la tomara con ella.
- Sí, usted. ¿Qué significa su aspecto?- Patricia suponía un brusco cambio de imagen respecto a la tónica general del autobús. Su vestido, ligero y escotado, era una explosión de colores frente al negro perpetuo de los hábitos de la congregación- Yo se lo diré: es un reclamo. Si de verdad quiere hacer sentir a sus espectadores lo que significa esta expedición, no se venda a los mismos. Acepte este hábito y pase a formar temporalmente parte de nuestra orden. Su desnudez es un lastre para este viaje.
Patricia no se podía creer que la vieja le estuviera tendiendo aquel grueso trapo raído, que rehusó cortésmente.
- Hermana Urraca, yo no voy desnuda. Bueno, si siempre visten así, pues sí que le pareceré en pelotas. A lo largo de todos estos programas he tenido que vestirme de fallera, pamplonica, rociera y hasta de manola, pero esto es demasiado. Si me ven así, es el fin de mi carrera profesional. Además, ¿es que no tienen calor?
Para a que el sol aún no estaba en su esplendor estival, la vieja carraca a la que llamaban autobús ardía como una lata cociendo en un hornillo.
- Más calor hace en el infierno- dijo la hermana Urraca retirando el hábito, con una sonrisa de suficiencia- Y allí dura para siempre.
Patricia se escapó disimulando hacia el rincón en el que habían montado el, por así llamarlo, cuartel general del programa.


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